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La única (y fallida) operación del Ejército de Euzkadi

Bosque en los alrededores de Villarreal de Álava, escenario de la batalla

Iker Rioja Andueza

La loma en la que se asienta el minúsculo pueblo alavés de Nafarrate, pocos kilómetros al norte de Vitoria, está dominada por una imponente mole de piedra. Casi fantasmales entre la hojarasca, un tractor de mediados del siglo pasado y los contraluces del resol de las frías mañanas de otoño se yerguen las ruinas de lo que en su tiempo fue una enorme iglesia. El edificio quedó seriamente dañado en la Guerra Civil (1936-1939) y es de los pocos templos católicos de España que no fueron reconstruidos durante el franquismo. Los restos del fuego cruzado perduran aún en las paredes que no han colapsado. Constituyen una huella perfectamente visible de la historia.

Nafarrate, como otros pueblos del entorno, fue escenario de un episodio decisivo a la par que sangriento en la contienda bélica. Se trata de la conocida como batalla de Villarreal de Álava, localidad ahora rebautizada como Legutio en euskara. El 30 de noviembre, coincidiendo con el octogésimo aniversario de la apertura de las hostilidades, eldiarionorte.es realizó un recorrido por la comarca para repasar este acontecimiento histórico de la mano de un historiador de la zona, Josu Aguirregabiria, autor de una amplia monografía sobre la ofensiva y miembro de la asociación Sancho de Beurko. Para la excursión de 2016, afortunadamente, la temperatura resultó algo más suave que la de aquel lunes de 1936, día de aguanieve y frío helador.

La batalla de Villarreal pasa por ser un hecho semidesconocido incluso en el País Vasco. Pero fue clave en el desarrollo general de la Guerra Civil. Pudo cambiar el devenir de los acontecimientos si el recién constituido Ejército de Euzkadi y los republicanos (15.138 efectivos en dos columnas) no hubiesen chocado contra el improvisado muro nacional (4.107 unidades) que blindó Villarreal de Álava y, en general, los 30 kilómetros que conformaban el frente de Álava. ¿Qué habría pasado si se hubiese logrado el objetivo de conquistar Vitoria y seguir hasta Miranda de Ebro? ¿Habría cambiado la historia de España?

Aguirregabiria sitúa la ofensiva contra Vitoria, donde triunfó el golpe de Estado de Francisco Franco contra la II República desde el primer minuto, en el contexto político general que vivía España aquel noviembre de 1936, cuatro meses después de la sublevación. El Ejército franquista se hallaba “a las puertas de Madrid” y las fuerzas gubernamentales tenían que idear una estrategia para quitar presión a la capital. “Se pretendía una ruptura general del frente del Norte [Asturias, Cantabria, Bizkaia y Gipuzkoa]” y con ello “distraer la atención de las fuerzas sublevadas” de Madrid hacia el Norte. Este experto apunta que el siguiente paso era activar ofensivas en Aragón y en el centro: “Se especulaba nada menos que con ganar la guerra”. El mando de aquel Ejército del Norte recayó en el general ceutí Francisco Llano de la Encomienda.

Pero el plan tenía sus matices. Más que un Ejército unificado, lo que Llano de la Encomienda tuvo bajo su mando fueron tres fuerzas separadas, la asturiana, la santanderina y la vasca. En el caso de Euzkadi, con el Estatuto recién aprobado y con Gobierno autonómico propio desde el 7 de octubre de 1936, el comandante en jefe era el propio lehendakari, José Antonio Aguirre, a la vez consejero de Defensa. Fue capaz de crear en tiempo récord (50 días) el Ejército de operaciones vasco, algo desconocido en aquel contexto en otras zonas de España, según Aguirregabiria.

Comienza la ofensiva

Finalmente, se produjo un ataque coordinado sobre las provincias de León, Palencia y Burgos, así que también se activó el frente de Álava. Euzkadi disponía de tres columnas, pero “la tercera columna recibió la orden de no actuar hasta estar asegurados los objetivos de la primera y de la segunda” al haber creído erróneamente que el general al frente de las tropas sublevadas, Emilio Mola, tenía a su disposición una fuerza de 40.000 efectivos. Al frente de las dos columnas, Euzkadi tuvo a un miembro de la Guardia Civil, el alavés Juan Ibarrola, y al teniente coronel del Cuerpo de Carabineros de la República, Juan Cueto, también alavés y casualmente de Villarreal.

Las fuerzas vasco-republicanas, conformadas por 19 batallones (6 del PNV, 4 de las Juventudes Socialistas, 2 de la UGT, 2 del PCE, 2 de la CNT, 2 de ANV y uno de Izquierda Republicana), abrieron fuego al amanecer del 30 de noviembre. La batalla de Villarreal no se inició en Villarreal. Los primeros en entrar en combate fueron los integrantes del segundo batallón de la UGT. Atacaron, aún de noche, a la guarnición que custodiaba el embalse del Gorbea, que daba de beber a los 38.000 vitorianos de la época. En este primer movimiento de fichas, quedó en evidencia una cierta precipitación por parte del Ejército de Euzkadi y también la falta de retaguardia en forma de asistencia sanitaria y equipos de apoyo. Perecieron esa misma mañana los primeros combatientes “por deficiencias en la atención médica en el escalón primario y falta de medios para la evacuación”.

Uno de ellos fue Julián del Hoyo. La falta de medios hizo que este ‘ugetista’ tuviera que ser enterrado allí mismo, entre el embalse y Murua. Su familia todavía le busca 80 años después y ansía, como tantas otras, únicamente una pequeña pista sobre su paradero. Aguirregabiria incorpora en su libro un completo listado con todas las víctimas y todos los datos existentes en los archivos militares de España que se ha visitado durante sus investigaciones “a tiempo parcial”.

El experto elige como punto de partida de la ruta un mirador sobre Legutio, municipio ampliado ahora con decenas de viviendas unifamiliares. En el panel informativo nada se dice sobre lo allí ocurrido (aunque el Ayuntamiento estudiará instalar cartelones sobre el asunto en 2017). Sí hay mucha información sobre el gran embalse que baña la localidad y que domina el paisaje. Pero para entender bien los sucesos de 1936 hay que hacer el esfuerzo de imaginar el valle seco, sin las enormes bolsas de agua artificiales construidas por el ganador último de aquella batalla, Francisco Franco.

Bajo el agua actual iban carreteras y caminos por donde se movieron las tropas y muchos de los escenarios de la batalla están ahora sumergidos. En la zona llamada El Crucero aún se conserva el viejo cruce de caminos entre Álava, Bizkaia y Gipuzkoa, un punto de tránsito fundamental. Pero tanto la carretera de Vitoria como la de Bilbao se ahogan en el pantano a los pocos metros. “Desde el inicio de la guerra en el entorno de Villarreal ya había habido enfrentamientos de tanteo en las cercanías del cruce de carreteras”, puntualiza el guía. Si a ello se le añade el millón de balas que se emplearon por unos y por otros en la batalla solamente en la primera jornada, un derroche de todo tipo de municiones sobre todo por parte gubernamental, el resultado es que el descubrimiento de cartuchería en la zona, cuando bajaba el nivel del embalse se convertía casi en un pasatiempo para muchos niños del lugar durante años, incluido el propio Aguirregabiria.

Desde toda la zona se ve perfectamente Mochotegui, un alto de 811 metros donde estaba el Estado Mayor de Euzkadi aquel 30 de noviembre. La ofensiva se inició buscando cortar algunas carreteras que comunicaban Vitoria con el norte, entre ellas la Vitoria-Bilbao. Villarreal, de 800 habitantes en 1936, estaba protegida por una guarnición nacional de 600 efectivos. Tenían ametralladoras, un camión blindado y poco más. “Sobre el papel, la toma de Villarreal era una operación sencilla. El Ejército de Euskadi actuó con superioridad de efectivos y medios respecto a los defensores y con una moral muy alta. Bromeaban con tomar café en Vitoria esa misma tarde”, explica el historiador. Pero no hubo café caliente en la capital. Ni esa tarde ni nunca.

Los combates se prolongaron hasta el 23 de diciembre (con una pequeña tregua en medio) y el bando nacional resistió inesperadamente. No sólo eso. Terminada esta batalla, en 1937 lanzó un fortísimo contraataque con el apoyo de la aviación alemana e italiana. El resultado es de sobra conocido: el bombardeo de Durango, Gernika y otras localidades anticipó la conquista de todo el territorio vasco tras la ruptura del denominado “cinturón de hierro” y la caída de Bilbao.

Antes, la batalla de Villarreal dejó 700 muertos republicanos y 450 nacionales, además de 3.300 y 1.050 heridos, respectivamente. 350 personas quedaron desaparecidas.

El error de Chabolapea

Explica Aguirregabiria que las primeras 24 horas fueron “determinantes”. Los batallones vasco-republicanos tomaron todas las colinas de la región menos una, el pinar de Chabolapea. Aún hoy está coronado por una pequeña masa de coníferas bien visibles desde toda la zona, lo que da una idea de su importancia. La guarnición de Villarreal, con Ricardo Iglesias al mando, se atrincheró en el pueblo, que fue evacuado. Las casas, comunicadas entre sí con agujeros en el interior de las viviendas para facilitar los movimientos, se convirtieron en defensas y en la calle se desplegaron cuatro obuses de 105 milímetros y un cañón de 70 milímetros. Sin embargo, sus rivales no lo aprovecharon para ascender hasta la “estratégica” Chabolapea. “Las discrepancias entre los dos batallones que deben ocupar el pinar, uno de ANV (nacionalistas) y otro de la CNT (anarquistas) provocan que la elevación no sea tomada y que la carretera Vitoria-Villarreal siga abierta”, explica el experto.

Grave error. Los nacionales pudieron reforzar desde la capital casi de manera inmediata la plaza sitiada con 100 soldados nuevos y más obuses. Nunca quedaron aislados. En paralelo, Mola movilizó también apoyos desde Burgos, Pamplona, Valladolid, Salamanca o Logroño. Desde Gipuzkoa, asimismo, regresó la columna de Camilo Alonso Vega (1.200 efectivos) e incluso se activó un tabor de Regulares (batallones de magrebíes) que llegó desde Extremadura por ferrocarril y una mehala (también magrebíes) desde el frente de Aragón. “La situación al final de la primera jornada ya era crítica, y la de Villarreal insostenible, pero Mola dio órdenes explícitas e incluso amenazantes de resistir hasta el final”, reseña Aguirregabiria. La propaganda franquista bien pudo hacer de Villarreal el alcázar del Norte.

Desarrollo de la batalla

El 1 de diciembre, las fuerzas vasco-republicanas insistieron en la ofensiva, pero “de nuevo los ataques son rechazados en toda la línea”. Con menos medios humanos, Aguirregabiria explica que los sublevados se adaptaron mejor a las características del combate y del terreno. “Operaron como columnas móviles ‘apagafuegos’ muy versátiles con las que atendieron las zonas más críticas”, indica. El bando gubernamental, en todo caso, sí consiguió finalmente tomar Chabolapea e interceptar algunos suministros enviados a Villarreal desde Vitoria. Los nacionales entendieron rápido que aquella colina era fundamental y se prepararon para recuperarla. El propio lehendakari Aguirre supervisó las operaciones y los combates por Chabolapea fueron muy duros, “más de ocho horas incluso cuerpo a cuerpo”. Hubo 800 muertos entre los dos bandos en liza sólo en la zona.

Tras el fracaso, el 4 de diciembre se reunió el Estado Mayor de Euzkadi, con muchas bajas encima de la mesa y evidentes problemas de coordinación entre unidades. Además, los refuerzos de Mola ya estaban llegando y vascos y republicanos perderían su principal ventaja, la superioridad numérica. ¿Tocaba retirada o seguir con la ofensiva? Según Aguirregabiria, los militares profesionales lo tenían claro. Pero los Gobiernos de España y Euzkadi, representados por Llano de la Encomienda y Aguirre, eran de la opinión contraria: “La ofensiva había pasado a ser una cuestión política”. “Aunque se pudiera fracasar, si se continuaba con el avance sobre Vitoria al menos se conseguiría que el enemigo distrajera fuerzas del frente de Madrid”, explica.

Así que pusieron toda la carne en el asador y entró en combate al fin la tercera de las columnas. Pero tampoco avanzó, en este caso por la actuación de una compañía de requetés apoyados por dos escuadrones de caballería. En perspectiva, lo más cerca que estuvieron los vasco-republicanos de Vitoria fue en Nafarrate. “La leyenda dice que cuando cayó, los moros acuchillaron a los heridos y prisioneros, pero la verdad es que está documentado el traslado de esas personas a Vitoria, allí y en el sector de Chabolapea”, explica Aguirregabiria sobre el terreno. Aquí los estrechos caminos y carreteras, en los que hay que parar cuando viene un coche de frente, siguen intactos y no es difícil imaginar por dónde llegaron los ataques.

Tregua y final fracasado

Entre el 9 y el 11 de diciembre la batalla se dio un tiempo muerto: un temporal había empeorado todavía más las condiciones meteorológicas. El día 12, Euzkadi decidió insistir en sus ataques contra Villarreal, pero de nuevo sin éxito. Además, todos los refuerzos reclamados por Mola ya estaban operativos. El 18 se produjo el último intento. Pero el muro nacional era demasiado sólido. Otro fracaso. El 19, en cambio, fueron los franquistas quienes decidieron pasar al ataque para recuperar las posiciones perdidas aquel ya lejano 30 de noviembre. Las líneas no se movieron. “La situación de ambos bandos se podría considerar de colapso y a Villarreal se le empezó a llamar Villarruinas”, reseña el experto, que cuenta con los dedos de una mano los edificios previos a 1936 que se quedaron en pie.

Aunque el frente se hubiese estabilizado, para los sublevados era un riesgo seguir teniendo el frente vasco-republicano a escasos 20 kilómetros de Vitoria. Así que optaron por quemar las naves y empujar la línea imaginaria hacia el norte. Lo lograron. Las hostilidades acabaron el 23 de diciembre y para Nochebuena “los republicanos estaban en sus puntos de partida”, “en la misma posición que al inicio de las operaciones”.

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