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Juanlu Sánchez es periodista, cofundador y subdirector de eldiario.es. Colabora en La Sexta y en el New York Times. Fue cofundador de Periodismo Humano y como reportero pasó de la cobertura especializada en derechos humanos a documentar la génesis y las consecuencias sociales y políticas del 15M. Es autor del libro 'Las 10 mareas del cambio' y profesor en el Máster Oficial de Innovación en Periodismo de la Universidad Miguel Hernández de Elche.

Gracias al feminismo, mantenemos la esperanza

Concentración en Madrid en apoyo a la víctima de 'La manada', el pasado viernes.

Juan Luis Sánchez

Manifestaciones masivas por la educación pública, manifestaciones masivas por la sanidad universal, manifestaciones masivas por la regeneración democrática o por el cambio radical en las instituciones. Había concentraciones a todas horas, por todas partes. En 2011 se abrió una época de movilizaciones que cambió por completo el debate político en España. Las mareas llenaban las calles y las redes, se crearon nuevas organizaciones civiles, proyectos y hasta empresas impregnadas de aquella brea de cambio, nacieron nuevos partidos políticos y los partidos tradicionales tuvieron que pensar cómo reaccionar.

Pero esa fase pasó. Desde 2014, se pueden contar con los dedos de una mano las grandes manifestaciones inspiradas por aquel ambiente post15m y que no hayan sido convocadas por algún partido o tengan que ver con el debate nacionalista. Hubo una relativamente grande por la República justo después de la abdicación del rey, y luego un gran apagón. Con excepciones, claro, y de vez en cuando se ven destellos como el de la reciente manifestación antirracista, pero casi nada sostenido.

Pudo ser por cansancio ante el (eficaz) inmovilismo del Gobierno; o pudo ser por una especie de fe repentina en la capacidad de los nuevos partidos como Podemos para solucionar la situación sin que la tensión social fuera necesaria. Pero la fase pasó y las manifestaciones desaparecieron casi por completo, los nuevos líderes de opinión en redes sociales se apagaron bastante y muchas de las nuevas organizaciones se desinflaron. La opinión pública no perdió interés en la política, pero el foco se puso en las batallas electorales, dejando poco a poco de lado la reivindicación de ideas desde la sociedad civil.

La gran excepción a esta regla general es la del feminismo, el único movimiento regenerado tras el 15M (donde a su vez se abrió paso con dificultad) que ha conseguido mantener e incrementar su potencia 5 años después. Más allá de si se está de acuerdo plenamente con cada una de los argumentos que pueda defender una persona o un grupo feminista, la potencia del debate que abren tiene un impacto directo sobre las conversaciones en los bares, los chistes que contamos, sobre lo que somos capaces de asumir como un defecto. Nos están cambiando la vida.

El feminismo rompió la tendencia de cansancio en 2014 con varias manifestaciones apabullantes contra la ley del aborto de Gallardón. Tan apabullantes que acabaron por convencer a Rajoy de que no vivía en el país que él creía: ni siquiera para muchas de sus votantes, la ley era sensata. Con discreción, la acabó guardando en un cajón, lo que provocó la dimisión de Gallardón como ministro.

Luego vinieron más movilizaciones. La más significativa fue la del 7 de noviembre de 2015. Mientras todos los ojos estaban pendientes de las elecciones generales del 20 de diciembre, una enorme manifestación con mujeres autoorganizadas y desplazadas desde diferentes ciudades colapsó el centro de Madrid. La más multitudinaria posiblemente fuera la del pasado 8 de marzo, un Día de la Mujer absolutamente desbordado en varias ciudades españolas por una asistencia récord. Todas esas manifestaciones tenían ese ambiente especial, diferente, que indica una potencia nueva que es fácil de identificar para quien suela ir a manifestaciones.

El ejemplo más reciente ha sucedido esta semana. Solo espoleadas por lo que han visto en los medios, el activismo feminista ha conseguido juntar casi de la nada a miles de personas en Madrid al grito de “Nosotras somos la manada” para protestar por la revictimización de las mujeres que sufren agresiones sexuales.

¿Cuánto tiempo hacía que los periodistas no decíamos al ver pasar la manifestación “Guau, pues hay muchísima gente”? Ese efecto sorpresa, ya habitual en las concentraciones feministas, y que significa que las manifestaciones no han sido convocadas por grandes organizaciones e instituciones (que siempre son más fáciles de prever), es otro de esos detalles esclarecedores. Que haya varias manifestaciones feministas masivas cuando ya no hay manifestaciones masivas es solo posible porque el feminismo es el gran movimiento social de nuestros días.

Y las concentraciones no son nada más que un síntoma de por dónde va la opinión pública, aunque muchas veces es un indicador muy insuficiente. En el caso del feminismo, hay muchos indicadores más que nos dan la idea de por qué está tan vivo.

Hay un debate real, político. El feminismo de hoy no dice exactamente lo mismo que el feminismo que era hegemónico hace 10 años; está yendo más allá, apretando las tuercas de la comodidad en la que la mayoría de la izquierda se había instalado; la comodidad de “todo lo conseguido”, la comodidad de que la ley basta para conseguir la igualdad. La nueva energía feminista, en algunos casos de corte más liberal y en otros casos de corte más radical, está haciendo sentir incómodos a muchos (hombres, claro, la mayoría) y eso provoca un conflicto permanente y nuevas contradicciones.

Por un lado, “qué pesadas son ahora las feministas” es una frase que puede escucharse fácilmente en público o que algunos hombres nos confiesan a otros hombres en privado, como buscando complicidad. Los que antes escribían sobre perroflautas para alertar de sus peligros ahora escriben sobre feminazis. Por otro lado, los que antes pensábamos que éramos feministas y por tanto no-machistas, ahora sabemos asumir algo mejor que aunque defiendas el feminismo eso no significa que no estés cargado hasta las cejas de privilegio machista.

Hay nuevos medios de comunicación como Píkara, especializados en feminismo, que no dejan de crecer en legitimidad. Hay grandes medios de comunicación para jóvenes millenials, como BuzzFeed, que tiene sección propia dedicada al activismo feminista sin complejos. Hay espacios como Micromachismos en eldiario.es (perdón por el autobombo) o talleres como el de La Marea con Oxfam o tantos otros en tantos otros lugares.

Y hay referencias personales, individuales: periodistas, cineastas, escritoras, profesionales de todo tipo y hasta avatares anónimos. Son minoría, claro, frente a la marabunta machista que inunda titulares y pantallas, centros de trabajo y salones de estar, pero se valoran más, se pueden retroalimentar entre ellas en red y la mayoría tiene un empeño pedagógico que poco a poco va comiendo terreno a lo de siempre.

Pero más allá de las firmas individuales, lo más interesante es que hay una nueva generación de gente activa, persistente, innovadora y convencida de que es su momento. Los profesores y los informes nos dicen que el machismo en las escuelas y los institutos está peor que nunca. Digamos que no vamos a desconfiar de ellos, pero a la vez es posible confiar en la capacidad de todas esas jóvenes que en las redes sociales, sin que tenga necesariamente que ver con su trabajo, comentan, señalan, reflexionan sobre el efecto que el machismo tiene en sus vidas. Hay una enorme, gigantesca, comunidad feminista en Twitter o Instagram, que escapa a los radares habituales que identifican “lo político” o “lo social” y que de facto ya ha dado el relevo en cuanto a riqueza y tensión a la generación más visible tras el 15M. Lo siento, amigos, nos hemos hecho viejos en 6 años.

Nada de todo esto es siquiera un fenómeno local. El auge del feminismo se está convirtiendo en internacional por culpa también del enemigo perfecto, un villano que haga que al otro lado los demás nos centremos en su maldad y no tanto en nuestras diferencias. La victoria electoral de Trump ha abierto la caja de Pandora feminista en Estados Unidos y las consecuencias son tan concretas como la cascada de denuncias por acoso sexual en Hollywood, que quizá habrían tenido mucho más complicado abrirse paso en estos términos de denuncia hace unos años.

Y todo esto es importante porque el feminismo no es una causa sino un caudal que tiene la capacidad de incorporar muchas causas a la vez, que de otra manera estarían esperando en un cauce seco. Porque gracias al feminismo hablamos de políticas laborales y le damos más valor al trabajo que no destaca pero que produce bienestar y mejores resultados. Gracias al feminismo debatimos sobre la cosificación de los cuerpos, la tiranía de la estética y el consumimos asociado a prejuicios. Gracias al feminismo hablamos de cómo criamos, de cómo cuidamos a nuestras abuelas o de cómo organizar de manera más justa el trabajo en casa para que todos seamos más felices. Gracias al feminismo, criticamos los recortes de ayudas sociales. Gracias al feminismo, queda patente el nepotismo casposo en la televisión pública o la ligereza argumental de algunos grandes clásicos intelectuales que solo viven de la renta. Gracias al feminismo, el macho-alfa deja de estar de moda y las identidades de género pesan menos. Gracias al feminismo, hay mejor cine y mejor televisión. Gracias al feminismo, el modelo económico está en crisis y las figuras clásicas de autoridad también.

Gracias al feminismo, mantenemos la esperanza.

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Juanlu Sánchez es periodista, cofundador y subdirector de eldiario.es. Colabora en La Sexta y en el New York Times. Fue cofundador de Periodismo Humano y como reportero pasó de la cobertura especializada en derechos humanos a documentar la génesis y las consecuencias sociales y políticas del 15M. Es autor del libro 'Las 10 mareas del cambio' y profesor en el Máster Oficial de Innovación en Periodismo de la Universidad Miguel Hernández de Elche.

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