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Empleada del hogar e inmigrante, 'candidata' a explotación laboral y sexual

Una empleada del hogar en Getxo, Bizkaia. / Efe

Natalia González de Uriarte

El padecimiento para las mujeres emigrantes que trabajan como empleadas domésticas es doble: además de soportar precarias condiciones laborales que rozan, en algunos casos, la explotación, han de lidiar a diario con el acoso sexual de sus empleadores.

Según el estudio elaborado por la consultoría Sortzen, especialista en igualdad y empoderamiento y la asociación Mujeres con Voz, un 22% de mujeres migradas trabajadoras que trabajan como empleadas del hogar reconoce haber sufrido acoso sexual en su espacio de trabajo y el 27% declara haber sido víctima de insultos sexistas, sexuales y/o racistas en espacios públicos. Un 45% de las consultadas asegura que al ofertar sus servicios, incluyendo el teléfono, ha recibido muchas llamadas de tipo sexual. El 16% revela haber sido víctima de tocamientos de naturaleza sexual y el 27% asegura que ha sido abordada por la calle para recibir propuestas de realizar trabajos sexuales.

El 24% relata que al solicitar un trabajo les comunicaban que el puesto incluía la realización de “algún tipo de trabajo sexual” con los hombres que tenían que cuidar, como “masturbación para calmar la ansiedad o la agresividad o sexo para contener a ancianos o enfermos mentales”.

Según datos de esta investigación, realizada entre 122 empleadas domésticas inmigrantes en Euskadi, el 64% de las que reconoció haber vivido acoso sexual cree que esta situación tiene relación con su condición de mujeres migradas.

Hostilidad, racismo y clasismo

Y estos datos, a juicio de las autoras del estudio, no contemplan la verdadera realidad. “Las mujeres migradas que trabajan como empleadas de hogar y, particularmente las internas, padecen más situaciones de acoso de las que son capaces de nombrar y reconocer. La percepción de ser víctimas de acoso sexual, de hecho, es mucho menor que la vivencia del acoso”, explica Norma Vázquez, psicóloga de Sortzen.

El acoso se esconde, se silencia y queda difuminado. “Lo ven más como un problema ligado a las condiciones en que viven ellas como migradas y que, por tanto no comparten con las mujeres autóctonas, que a su condición como mujeres. Creemos que esto se relaciona con el hecho de que el acoso sexual se presenta en un ambiente de hostilidad teñida de componentes racistas y clasistas que, en muchas ocasiones opaca el componente sexual porque las humillaciones son tantas y tan diversas enmarcadas en una situación de explotación, que las empleadas de hogar relegan esta parte de su victimización” explican en el estudio. “Todo ello conduce a una peligrosa normalización de ciertas conductas de acoso, las más leves como el acoso telefónico, y a la invisibilización o minimización de las más graves como el abuso sexual o la invasión de la intimidad”, advierten.

El estudio incorpora testimonios reales. Entre las que no reconocieron ser víctimas de acoso sexual, sus relatos expresan lo contrario: “El señor que me contrató para limpiar la casa, ofreció pagarme más si me quedaba con él”; “el abuelo al que cuidaba hablaba de mi cuerpo con cierto morbo”; “el hijo de donde trabajaba, llegó a entrar a mi habitación”, “eran insinuaciones a toda hora”.

Situación irregular

Las vejaciones de otra índole están a la orden del día: “No me dejan salir sola de casa a no ser que sea para bajar la basura, ni me permiten usar el baño para asearme”; “tengo las manos estropeadas y heridas de no utilizar guantes para los quehaceres, porque en la casa se niegan a comprarlos porque dicen que son demasiado caros”; “tuve que trabajar después de una operación de cataratas tras la cual no vi ningún día de descanso”; “me acusaron de robar dos polvorones y a partir de ese momento pusieron cámaras de vigilancia por la casa”.

Ante esta tesitura, son pocas o ninguna las que denuncian por miedo a desvelar su situación irregular. De entre las que reconocieron haber sufrido abusos, únicamente una de ellas se animó a presentar una denuncia y lo hizo meses después del episodio. “Sus empleadores las amenazan con denunciarles ellos por su situación administrativa irregular. Además tampoco confían en la Policía. Nos comentaron el caso de una mujer que se atrevió a denunciar el acoso sexual de su empleador, pero al no tener papeles, le dijeron que mejor lo dejara pasar. Los agentes le aconsejaron que tratara de reconducir la situación con el empleador y no levantó la denuncia. Es algo frecuente. No se considera violencia de género y los agentes no se saben cómo proceder”, explica Vázquez.

Colectivo vulnerable y desprotegido

Las empleadas del hogar migradas son un colectivo vulnerable y desprotegido ante la violencia sexista. Desde asociaciones como Sortzen ofrecen apoyo a estas mujeres, desde asesoría legal, acompañamiento psicológico, asesoramiento a ayuntamientos y personal de trabajo social. Hace dos años inauguraron el servicio “Con vos” para las extranjeras que sufran acoso sexual en los ámbitos público y privado, en la calle y en los espacios laborales. La iniciativa, está impulsada por diferentes colectivos de mujeres con el apoyo del Gobierno vasco.

Se trata de un servicio de atención presencial, telefónico (900 82 88 90) o por correo electrónico (convos@sortzen.org), al que las emigrantes pueden recurrir para pedir información o compartir las situaciones de acoso sexual que viven.

El 87% de trabajadoras de hogar en Euskadi son extranjeras, y el 46% de ellas trabaja en régimen de internas. Más de un tercio está en la economía sumergida, el 77% de las internas tiene jornadas de más de 60 horas y varias llegan hasta las 24 horas diarias, todos los días de la semana.

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