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Ni de letras ni de ciencias

Francisco Molina Artaloytia, doctor por la UNED y profesor de Secundaria

El nuevo currículo de Extremadura de Secundaria y Bachillerato recupera parcialmente el deterioro de las materias del área de Filosofía que propone y dispone la LOMCE. Si bien el daño hecho por dicha ley no queda totalmente subsanado, es curioso que haya sido comentado, justo al final del curso “lo bien que quedaba Filosofía”. Ahora que los calores de este verano nos invitan a descansar se me antoja buena cosa el reflexionar sobre el asunto.

Los estudios de Filosofía pertenecen tradicionalmente al área de Humanidades. Sin embargo, a pesar del riesgo de incurrir en simplificaciones, puede resultar útil establecer una distinción. De una parte en la Filosofía se estudia el devenir del pensamiento a través de la historia. Se aborda en la materia un tipo de pensamiento, de compleja caracterización. Una de las posibles descripciones, que quizá pueda hacer justicia parcial a gran parte de las concepciones filosóficas, es la que habla de una reflexión racional, crítica y radical sobre la realidad en su totalidad, el conocimiento, el ser humano y sus diferentes dimensiones y producciones culturales. Pero esta “actividad” en cuanto viva en el presente, es más que su propia historia (ya valiosa por sí misma como parte de la cultura general y superior), y se nos muestra como una actitud y ejercicio de crítica racional indispensable para el ser humano. Esta necesidad se hace todavía más acuciante en el contexto de las sociedades contemporáneas, con frecuencia desnortado por la celeridad de los acontecimientos históricos a partir de la Edad Moderna.

El carácter global de la reflexión filosófica debería ser una adecuada profilaxis para evitar los reduccionismos de todo tipo a que se la puede querer someter. Me explicaré. Las diferentes actividades tecnocientíficas del ser humano están sometidas normalmente a lo que Habermas llamó intereses técnico y práctico. La “utilidad inmediata”, la rentabilidad, la competitividad, la capacidad de control de la naturaleza y de los cuerpos sociales, serán los ítem de evaluación. Estos saberes han dejado muy atrás esa visión clásica de la búsqueda de la verdad y el capitalismo convierte en mercancía los objetos relacionados con el sentido de la propia vida y la búsqueda de la felicidad.

La filosofía sigue, entonces, teniendo un papel indispensable si queremos mantener ideales de emancipación, justicia y anhelo de la verdad, por más que ésta se nos muestre esquiva o pluridimensional. La idea de que el progreso y la cultura son irrenunciables condiciones de la Humanidad tiene una venerable, y agridulce, historia. La cultura en nuestros sistemas sociales se encuentra asimismo atomizada en una pluralidad de instancias, de las cuales las denominadas “formales” siguen estando relacionadas con la educación reglada y otras instituciones sociales de conservación, revisión y producción de conocimiento. Por ello eliminar, o reducir,  la asignatura de Filosofía en la educación reglada supone exponerse a eliminar cierta perspectiva de profundización y al mismo tiempo distanciamiento que ha caracterizado el desarrollo cultural de nuestra civilización. Si no hay distanciamiento no puede haber mirada crítica, y esa mirada no puede pasar por alto todas las tradiciones e innovaciones que han ido sucediéndose como “historia de la razón” desde la problematización del cosmos por los griegos del siglo VI aC. Fue precisamente el mirar con distancia y con una actitud interrogativa, no obcecada en la propia visión del mundo o en intereses “útiles”, lo que permitió también problematizar también la polis e intentar reflexionar acerca de nuestras metas individuales y colectivas.

¿Es eso de “letras”? ¿Es más afín la Filosofía a la Literatura que a las Matemáticas? Pues más allá de problemas de tipo administrativo, mi respuesta, mirando la historia es no. La Filosofía como asignatura (o la filosofía como actividad),  va bien con todo producto humano, sea el intento de crear belleza con el lenguaje que anima la Literatura,  sea con la organización sistemática de lenguajes formales en busca de coherencia que sustenta la labor de los matemáticos. ¿Es eso de “ciencias”? ¿Puede una actividad tan amplia e inacabable como la filosofía reducirse a un método cerrado y evaluable de forma previa? Las ciencias estudian objetos, fenómenos, relaciones; perfilan conceptos y buscan regularidades; clasifican, organizan  y definen. Es la filosofía, sin embargo, la que se cuestiona qué son los objetos, los fenómenos, las relaciones, los conceptos, las clasificaciones y las definiciones. La pregunta qué es la ciencia o qué es una explicación es una pregunta filosófica, no científica. Echen un vistazo a un manual preuniversitario de la asignatura de Filosofía. La filosofía hace problemático el conocimiento, le obliga a pulirse, a refinarse, y en la vertiente ética, a revisar sus fines e intereses. Esto que decimos para la relación entre la filosofía y las ciencias, puede valer para las Humanidades cuando constatamos cómo conceptos básicos como la armonía, la belleza, el sentido, la comprensión, los hechos o sentido de la Historia, etc.  Han sido explorados reiteradamente por los saberes filosóficos. Incluso los saberes técnicos, los referidos al “saber hacer” han sido desde Aristóteles objeto de la mirada filosófica.

La filosofía, como actividad,  y la cultura filosófica, como depósito a lo largo del tiempo de la reflexión de seres humanos virtuosos de la razón en diferentes contextos históricos, constituyen respectivamente una herramienta y un arsenal de contenidos “vivos”. De ellos no se puede privar a los ciudadanos de una sociedad que se presente abierta y libre. La vía institucional de hacerlo es la enseñanza reglada y los currículos que la desarrollan. En la enseñanza filosófica no solo se enseña filosofía. En las clases de filosofía se habla de historia, de biología, de psicología, de política, de medicina, de literatura, de economía, de sexualidad, de religión (y teología), de arte, de física (y cosmología), de la educación... (todas ellas como discursos humanos y sin la mayúscula que la “asignatura”)  y se hace, o debería hacer, con la frescura que da la mirada ingenua (pero atenta) que es capaz de admirarse, como bien dijo Aristóteles, para desplegar el deseo del saber... lo que nos hace auténticamente humanos. ¿Ha de ser el profesorado de esa materia, entonces, un renacentista cultivador de todos los saberes? No, en absoluto, pero sí ha de ser un enamorado de ellos, un philo-sophós, capaz de acompañar al alumnado en una aventura de descubrimiento que parte de su realidad sociocultural y personal para elevarse (o profundizar) sin el temor a una respuesta cerrada, a un dogma o a una exigencia de competitividad. La didáctica de la Filosofía es filosófica, trasunto que no pueden lucir - ni padecer - los otros saberes, cuyas “didácticas específicas” conforman áreas de muy diferente metodología y objetivos.

Y si en todas las materias el papel del docente afecta de forma soberana, y determinante, al discente, en el caso de la asignatura de Filosofía esa relación llega a máximos insospechados. Puede ser, con frecuencia, la causa de la transmisión de ese amor o de la generación de un odio perenne. Rechazo que buscará mimetismos, porque difícilmente puede odiarse lo que constituye nuestra apertura hacia el mundo y hacia nosotros mismos sin buscar razonarlo “filosóficamente”. Quiero pensar, y de hecho pienso, que la mayoría de la docencia filosófica en los estudios preuniversitarios goza de buena salud pedagógica (lo que en este caso es buena salud filosófica). En todo caso, que el alumnado aprenda a pesar de lo que haga el profesorado será un hecho que se seguirá, afortunadamente, consumando. Alumnado y profesorado irá y vendrá. Pero debe seguir existiendo ese espacio, ese horario, donde cuestiones fundamentales puedan ser abordadas con el espíritu del deseo de saber, del mirar detenidamente, del buscar un compartir las razones (dia-lógos), del pensar en el propio pensar, de ver el alcance de nuestras capacidades  (y su justificación a la hora de llevarlas a la acción).

En todos los estudios superiores, o prácticamente todos, existen materias filosóficas formando parte del plan de estudios. Que sean llamadas incorporando la palabra “filosofía” o que el profesorado haya estudiado tal o cual carrera es cuestión que más responde a los avatares administrativos propios de nuestro mundo universitario. Incluso por la vía de “lo práctico” tendría  sentido el que la materia de Filosofía se sostenga para todas las modalidades del Bachillerato. Pero más allá de todo eso, es del todo sensato concebir el Bachillerato como la formación pre-universitaria de cultura general  (y media) de un país y quitarle estas materias sería quitarle al mueble veterano el buen barniz y  un eficiente anti-termitas. Es por ello para el profesorado de Filosofía, y todos los filósofos no profesionales, un deber valorar positivamente el borrador de un nuevo currículo de enseñanzas medias promovido por la Junta de Extremadura, que devuelve (o puede devolver)  a la Filosofía a su lugar natural, al tiempo que rescata las materias troncales para una formación global del alumnado.  Que luego el resto de la ciudadanía, especialmente el profesorado, sepamos hacerlo mejor o peor, es otra cuestión, no solo educativa sino también, seguramente, filosófica.

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