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Los “indeseables”: así fueron acogidos los refugiados españoles

El buque inglés Stanbrook llevó a 2638 personas desde Alicante a Orán (Argelia).

Diego Barcala

  • Este reportaje forma parte de la revista Refugiados, un nuevo monográfico de eldiario.es

Tres palabras para una nueva vida. Liberté, Egalité y Fraternité. Familias enteras de españoles confiaban en la solidaridad francesa para dejar atrás la guerra, la destrucción de sus casas, de sus trabajos, de su futuro. “Yo siempre había tenido un amor grande por Francia por ser el país de los derechos humanos, de la libertad, de la democracia. Pero luego me di cuenta de que aquello de la libertad, la igualdad y la fraternidad era un eslogan que no era para nosotros. Nos recibieron muy hostilmente, fueron muy inhumanos con nosotros”, comenta Ángel Olmedo, uno de los cientos de miles de españoles que cruzaron la frontera en 1939, huyendo de la represión que los franquistas iban a desatar en la postguerra. Olmedo fue uno de los 927 refugiados españoles que se subieron al tren que salió de Angulema el 20 de agosto de 1940, convirtiéndose en el primer tren de refugiados enviado a un campo de exterminio de Europa occidental. Dos años después se producirían las tristes y filmadas deportaciones masivas de judíos a Auschwitz.

Cientos de miles de españoles traspasaron las fronteras en 1939 huyendo de Franco. El exilio se desperdigó por Francia y Latinoamérica principalmente. Los historiadores calculan que el éxodo español superó las 500.000 personas. A pie, por la misma carretera de Portbou que recorrió la familia Machado o la de La Junquera, buscaron el refugio hacia Francia 468.000 personas en el frío invierno de 1939, cuando todo estaba perdido para la República. Francia sólo consintió el paso de los españoles después de la caída de Barcelona. Los soldados senegaleses del ejército francés custodiando la valla es la fiera imagen que los testigos recuerdan de aquel invierno. Al otro lado de la frontera no hubo rastro de la esperada solidaridad.

“Formaban levas para los campos de concentración, separando a hijos de padres, y a las mujeres de los maridos. Fue un verdadero milagro que escapáramos de estos esbirros”, escribía años después José Machado, hermano de Antonio. Que el hermano del poeta considerase un privilegio la noche que su madre de 88 años y su hermano de 64 pasaron en la cantina de la estación de Cerbère junto a la frontera es un síntoma del desprecio con el que Francia recibió a los refugiados. Sólo alguien con la cabeza fuera de sí podría considerar hospitalario el trozo de queso que los gendarmes alcanzaron a Antonio Machado. Y esa persona era Ana Ruiz, la pobre madre del poeta que, según los testigos de la escena que recoge el historiador Ian Gibson en Ligero de equipaje (Aguilar), no paraba de repetir: “Hemos de ir a saludar a estos señores tan amables que han tenido la bondad de invitarnos”. Con cariño, un debilitado Antonio trataba de calmar a su anciana madre, empapada por la lluvia que les había calado el cuerpo entero en horas de espera.

Cárceles improvisadas

Los españoles fueron recluidos en campos sobre las playas, rodeados por alambres de espino. Cárceles improvisadas. El parlamento de Francia, desbordada con los evadidos, reaccionó de la peor manera posible. Para la historia quedó el calificativo de “indeseables” que emplearon los políticos franceses para los republicanos. La Cámara de Diputados de París discutió el problema el 10 de marzo de 1939. El diputado ultraderechista Phillipe Henriot apeló al ministro de Interior socialista, Albert Sarraut, con la siguiente descripción de los hechos: “Para poner fin al escandaloso abuso que hacen de la hospitalidad y de la generosidad francesas los españoles que, explotando el título de refugiados, se entregan en nuestro país a depredaciones, pillajes y atentados odiosos mientras están pagados por nuestros contribuyentes, y al que no parece poner remedio la intención manifestada por el gobierno de repartir por el conjunto del territorio a gente sin confesión y someterla a la vigilancia y a la represión de la policía y los tribunales, que se ven desbordados”.

Otro diputado ultra, Jean Ybarnégaray, añadió: “Abriendo la frontera a los milicianos, usted abrió la puerta a esta brigada del crimen. ¡Y no dude de que todos los españoles que sólidamente se han implantado en nuestra casa están plenamente decididos a no marcharse jamás! Es necesario que, en el menor tiempo posible, los 300.000 refugiados regresen o se vayan a cualquier parte del mundo”. Tan solo un año después, franceses como Ybarnégaray colaboraron con los nazis para mandar a los refugiados españoles al exterminio de Mauthausen.

Siete décadas después de ese debate parlamentario, el 7 de septiembre pasado, otro socialista francés, el primer ministro François Hollande, anunció la intención de su Gobierno de facilitar la acogida de 24.000 refugiados de la guerra de Siria. Marine Le Pen, líder del ultraderechista Frente Nacional, respondía así: “Creo que los refugiados políticos son ultra minoritarios. Veo en las imágenes que hay una minoría de familias, por tanto, son hombres que dejan sus países y sus familias atrás, esto no es huir de una persecución. Se trata, evidentemente, de razones económicas”. El eurodiputado Steve Briois, también del Frente Nacional, daba otro paso: “Estos migrantes clandestinos permanecerán en territorio nacional durante mucho tiempo a cargo del contribuyente local. Los signos favorables de acogida enviados por distintos municipios solo reforzarán el fenómeno migratorio y, con él, el riesgo de exponer a Francia en la infiltración de terroristas islamistas”. Y por si fuera poco, dos alcaldes del partido de Nicolas Sarkozy aseguraron que ellos solo acogerían en sus municipios a refugiados cristianos. “La ciudad de Roanne podría acoger a una decena de familias con la condición de que sean refugiados cristianos, perseguidos por Estado Islámico”, espetó Yves Nicolin, alcalde de Roanne.

El asombroso inmovilismo de la ultraderecha francesa separada por 76 años de distancia parecería una maniobra demagógica si no fuera porque el testimonio parlamentario de 1939 viene recogido en el libro El convoy de los 927 (Plaza y Janés) que la periodista Montse Armengou y el historiador Ricard Belis publicaron en 2005, más de 10 años antes de que las imágenes de los refugiados muriendo en la frontera griega pusieran este debate de actualidad.

Supervivientes del Stanbrook

Helia González, de 81 años, no puede leer las noticias que hablan a diario de los que huyen de la guerra sin frenar las lágrimas por el recuerdo de la noche del martes 28 de marzo de 1939, cuando huyó con cuatro años junto a sus padres y su hermana a bordo del buque Stanbrook, desde el puerto de Alicante. “Cuando ya estábamos a unos 100 metros del puerto, el capitán lanzó unas cuerdas para salvar a cuatro o cinco más que se habían lanzado nadando”, explica. Helia lleva décadas reivindicando la memoria del sufrimiento de los refugiados españoles de la Guerra Civil. En 2008 publicó junto a su hermana Alicia el valioso libro de memorias Desde la otra orilla (Frutos del Tiempo). “El tren que nos llevó desde Elche venía abarrotado ya desde Andalucía. Nos metieron en el vagón por la ventanilla. Mi recuerdo era de que nos íbamos de excursión la familia al completo y además estaba contenta porque mi padre llegó del frente, donde había pasado toda la guerra, la víspera de marcharnos. Pero enseguida me di cuenta de que no era así por el agobio de mis padres. Y más cuando llegamos a Alicante y vimos la cola enorme de gente esperando”.

El buque inglés Stanbrook es un símbolo del exilio español. El capitán galés Archibald Dickson zarpó cargado con 2.638 personas hacia Orán (Argelia) en lugar de con el cargamento de tabaco, naranjas y azafrán para el que fue enviado a Alicante. El barco navegó al borde del hundimiento, esquivando a la aviación alemana que bombardeaba Alicante y sorteando al buque Canarias, que trató de hundirlo. “Cuando veo a los de Siria, la sensación es tan cercana que lloro a mares. No aprendemos. Eso es lo peor de todo, que no aprendemos, no hay moralidad alguna en la guerra”, lamenta Helia González, refugiada española que dedica su libro a los que no pudieron huir: “Los que sufrieron el otro exilio en su propia tierra”. En el puerto de Alicante se quedó atrapado el preso que batiría el record de años en una prisión franquista. El poeta Marcos Ana pasó 22 años encarcelado desde que fue detenido por los italianos en el puerto de Alicante. “Cuando llegamos el Stanbrook estaba a 100 metros”.

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