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Agenda 2030 contra la pobreza: un año de luces y sombras

Debate de la Asamblea General de la ONU, en su sede de Nueva York. / Efe.

Marco Gordillo

Coordinadora de ONG para el Desarrollo —

Los cumpleaños se celebran… o no. Hace un año, 192 Estados daban el pistoletazo de salida de la conocida como Agenda 2030 con sus 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS). Entonces se comprometieron a cumplir con una serie de metas que garantizarían que en 15 años el mundo en el que vivimos sería mejor para todas las personas que lo habitamos.

El acuerdo al que se llegó fue un importante paso, principalmente porque, bajo el principio de universalidad, responsabiliza a todos y cada uno de los países. También porque sitúa la lucha contra la pobreza, la desigualdad y el respeto por el medio ambiente como caras de una misma moneda. Hasta aquí, los motivos para la celebración.

Doce meses después de la firma de la Agenda, el Overseas Development Institute (ODI) nos dice que si proyectáramos hasta 2030 lo que las políticas existentes darían de sí, no alcanzaríamos mucho. Cinco de los objetivos –entre ellos los avances contra la desigualdad, la lucha contra el cambio climático o la reducción de suburbios en las ciudades– serían inalcanzables.

Nueve de ellos se conseguirían de manera parcial: acceso universal a la energía y saneamiento o acabar con el hambre, entre otros. Y sólo tres podrían tener un cierto grado de éxito como acabar con la extrema pobreza o reducir la deforestación a la mitad. Honestamente, no estamos para tirar cohetes.

Las sombras de la Agenda van apareciendo aquí y allá. Algunas con la lentitud de su puesta en marcha y con el riesgo de que el acuerdo se convierta en una especie de cajón de sastre del que salen trajes a medida adaptados a los intereses de cada cual sin que se consiga el cambio deseado.

Lo cierto es que, entre luces y sombras, hay un faro que debería guiar todos los avances que se vayan dando en la construcción de esta Agenda 2030: nadie debe quedar atrás. Este concepto –leitmotiv de la primera revisión de la Agenda en el Foro de Alto Nivel de Nueva York del pasado julio– lleva a sus espaldas un contenido político trascendental. Significa que las personas más vulnerables, independientemente de su procedencia, género, etnia, edad u opción sexual, deberían mejorar sus vidas gracias a políticas públicas que así lo garanticen.

Esto pasa, necesariamente, por su incorporación en las estrategias de desarrollo sostenible de cada país. Pasa por contar con información sobre su situación. Exige el fortalecimiento de políticas sociales de educación, sanidad o cooperación. En última instancia, requiere que las políticas comerciales, económicas, migratorias o medioambientales sean coherentes entre sí y contribuyan al buen desarrollo del planeta y sus pueblos.

Más ruido que nueces

Como suele ser habitual en estos acuerdos internacionales, hasta ahora los avances tienden a la lentitud o incluso al estancamiento. En el caso de España, el paso parece de tortuga. En el recientemente presentado Índice sobre los Objetivos de Desarrollo Sostenible, España ocupa el puesto número 30 por debajo de países como la República Checa o Eslovenia.

Está claro que ya no podemos perder más tiempo. Debemos acelerar la acción política en varios frentes. Los retos son múltiples y diversos, y eso exige estrategias transversales que empapen todas las políticas.

¿Por dónde empezar? España debe elaborar un Plan de Desarrollo Sostenible en el que se defina qué leyes deben adecuarse, qué gobernabilidad se necesita construir, qué indicadores y sistemas de rendición de cuentas se van a aplicar, qué recursos van a destinarse y cómo se va a informar a la sociedad de todo el proceso.

Todo esto implica no solo a la política de cooperación, sino también a la política económica, ambiental, educativa, comercial o energética. Y no solo al gobierno central, sino también a las autonomías y las grandes ciudades. La coherencia política es esencial para alcanzar los objetivos, de forma que lo que se avance por un lado en términos de desarrollo sostenible no se socave por otro.

Si no la podemos bailar no será nuestra Agenda

Más allá de las decisiones políticas tomadas (o no) hasta la fecha, el cumpleaños que ahora celebramos nos invita a bailar con otras. La ciudadanía debe apropiarse de la propuesta. Para ello, debemos salir de nuestros espacios tradicionales y tender puentes que nos permitan ir mucho más allá de nuestros propios espacios. Solo así podremos impulsar cambios realmente transformadores.

Como organizaciones sociales, ya hemos comenzado el baile. Hemos iniciado un proceso llamado 'Futuro en Común' en el que, de la mano de organizaciones feministas y medioambientales, con sindicatos, organizaciones de base, universidades y centros de estudios, afrontamos los enormes retos que la Agenda nos pone por delante.

Nuestro objetivo común es asumir responsabilidades colectivas y exigir que los políticos hagan los deberes a los que se comprometieron hace un año. Tenemos certeza de que este trabajo colectivo será un importante valor añadido para impulsar leyes, pactos y reformas que garanticen que el proceso camina por la senda adecuada.

Nuestra generación y la que le sigue deberán construir la Agenda 2030. La implicación de las personas más jóvenes será esencial que la construcción sea robusta. El planeta y sus gentes se juegan mucho en este camino. La piñata que construyamos para fiesta de los 15 años de la Agenda dependerá fundamentalmente de la implicación colectiva y política que consigamos. Esperemos que entonces podamos tirar confeti y serpentinas.

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