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Valencia, tráfico de órganos entre masclets

José Manuel Rambla

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Valencia siempre se supera en Fallas. La ciudad se deja invadir por el espíritu de este carnaval travieso y perezoso, más proclive a las fechas fijas que a las mudanzas que la Cuaresma impone a Don Carnal. Pero más que en los grandes monumentos que ocupan sus calles, si en algo se concreta esa fusión entre fiesta y ciudad es en la mascletà, esa melódica contaminación acústica que alcanza su éxtasis en el estruendo final de carcasas y el aplauso enfervorecido de miles de personas que se agolpan en la Plaça del Ajuntament con el ánimo excitado por la pólvora.

Porque Valencia, en Fallas, nunca decepciona y siempre encuentra la forma de lograr, año tras año, ese fascinante más difícil todavía. Es así como nos hemos ido sobresaltando con el pasmo sonoro de un masclet que nos descubría como el paraíso de la depredación inmobiliaria o como la Madre de Todas las Corruptelas. Efecto pirotécnico, efectista y efectivo, que este año, para sorpresa de quienes crían que ya estaba todo visto, nos ha traído la sorpresa de ver como la Valencia devota de Sant Vicent y la Geperudeta, se conviertía en noticia por una trama de tráfico de órganos

Hay algo sublime en esta revelación. En el imaginario colectivo, el tráfico de órganos siempre ha estado relacionado con siniestras sombras en algún barrio paupérrimo e inmundo en Benarés, Calcuta o Daca. O a perversas historias de secuestros de niños, enigmáticos y terroríficos. O a la rentabilización pragmática de la última tanda de ejecuciones realizada en algún lejano acuartelamiento chino. Pero jamás habíamos podido sospechar que este comercio vital de hígados, corazones y riñones pudiera estar siendo negociado junto a nosotros, tal vez en la mesa de al lado a la nuestra, mientras tomamos horchata con fartons en una terraza de la Plaça de la Verge esperando que comience la “ofrena”.

En cualquier caso, por las informaciones que han transcendido, seguro que no faltarán quienes digan que las comparaciones, además de ser siempre odiosas, son en este caso desafortunadas. En primer caso, claro está, por el hecho de que la detención en Valencia del multimillonario libanés Hatem Akouche y sus cuatro colaboradores en la búsqueda de un hígado ideal, pone de relieve que el sistema funciona y la policía es implacable en la persecución de este tipo de tráficos, por el momento ilegales mientras que la próxima liberalización propuesta por el FMI, Bruselas y el Banco Mundial no diga lo contrario.

Pero sobre todo la comparación será rechazada por considerar fuera de lugar la equiparación de los procedimientos. Si en los callejones infectos de El Cairo nos imaginamos hombres del saco detrás de sus víctimas, en Valencia reina la sacrosanta ley de la oferta y la demanda, una transacción limpia en la que una parte se llevaba un pedazo de víscera, y la otra 40.000 euros con los que comprar, por ejemplo, acciones preferenciales de Bankia. Así mismo, si en alguna destartalada casa de Mogadiscio podemos presentir el mugriento cuchillo de matarife rebuscando en el cuerpo abierto el órgano deseado, en la capital del Reino es una seria clínica privada la que, sin sospechar las siniestras intenciones de sus clientes, se encargará de hacer las pruebas necesarias que garanticen que el producto comprado es de buena calidad.

Por desgracia, lo que no tienen en cuenta quienes se muestran reacios a las comparaciones es que la Comunitat Valenciana hace tiempo que se hundió en los lodos del subdesarrollo. No en el material, al menos por el momento, por si en un tercermundismo ético y estético, que ni siquiera tiene la dignidad de los pueblos empobrecidos. Por eso no resulta extraño que para muchos, incluso entre los próximos al poder, Valencia hace tiempo que se transformó en una región más de Negrolandia, aunque menos sucia y miserable, lista para la colonización. De otra forma no se entendería el porqué algunos viajan al barrio del Carmen a buscar hígados a buen precio. O el porqué otros decidieron comprar pisos en Valencia con el dinero que debía financiar proyectos de cooperación en Nicaragua.

Es sólo una hipótesis. En cualquier caso, lo importante ahora es comprobar como Valencia vuelve a superarse, entre aromas de cazalla y misteleta. Así que, sin más preámbulos, a por la próxima sorpresa: “Senyor pirotècnic pot començar la mascletà”.

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