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Nómadas digitales contra la despoblación rural

Vicent Nos y Lluís Santos, fundadores de Entropy Factory.

Belén Toledo

Al pie de la montaña hay un almacén de almendras. Uno de los trabajadores se rasca la cabeza, pensativo, antes de responder a la pregunta de cómo se llega a Entropy Factory. “Está en el mas de Pasqualet. ¿Ves ese punto blanco en lo más alto? Pues es eso. Todavía te queda un buen rato de subida...”. Después de varios kilómetros de curvas entre almendros y olivos, aparece el caserío. 

Dentro, entre diez y 30 personas -depende de las alianzas que se hagan con otras empresas en cada momento- se dedican a crear startups digitales. Por ahí han pasado figuras conocidas de la tecnología mundial, como Hervé Falciani, o los responsables de Holy Transaction, una empresa desarrollada en Silicon Valley.  

Al cajero a por bitcoins 

Uno de los responsables del proyecto es Vicent Nos. Explica que se dedican a crear empresas digitales para luego desarrollarlas o venderlas. En la actualidad, obtienen entre 20.000 y 30.000 euros al mes de beneficios. “Hasta ahora, todo lo que ganamos ha ido a inversión. Seguramente facturaremos bastante más”, apunta. 

La startup estrella es Chip-Chap. Es una empresa que trabaja con bitcoins, una moneda digital. Se trata de una divisa descentralizada, que no depende de ningún banco ni tiene ninguna autoridad que la expida o la controle. Los usuarios tienen un código al que se asocia la cantidad de moneda que se posee.

La lista de cuentas y transacciones es pública para evitar el doble uso, aunque se mantiene el anonimato del poseedor de cada código. Esto facilita un registro de todos los movimientos que está “100% replicado en cada nodo. Nadie se podría llevar los ordenadores del despacho de Génova, por ejemplo. Daría igual porque la información se quedaría en la red”, explica Nos. 

De Internet al mundo real, y viceversa

La moneda sólo existe en Internet, pero cada vez más empresas aceptan cobrar en bitcoins. Chip-Chap se dedica a facilitar el cambio entre esta moneda y las tradicionales. “Debemos ser la red más grande ahora mismo en este tipo de servicio”, explica Nos. Los usuarios de Chip-Chap pueden cambiar euros u otras divisas por bitcoins, y viceversa, en cajeros de bancos.

Actualmente, el servicio está disponible en 76 entidades de 16 países, según se lee en su página web. Nos explica que los usuarios pueden encontrar la aplicación en aproximadamente 5.000 terminales en España. Uno de los países en los que se usa es Grecia, donde Chip-Chap es una herramienta para escapar de las restricciones de capital impuestas tras la crisis. 

Laminar a los intermediarios de Internet

Además de Chip-Chap, los responsables de Entropy Factory tienen otros proyectos. Uno de ellos es Creative Chain, que pone en contacto a autores con consumidores, para eludir a gigantes de gestión de contenidos como Google o Youtube. O Soldier Lawyer, en el que cualquiera puede exponer sus necesidades judiciales, y los abogados pujan a la baja por hacerse cargo de ellas.

Se trata de “tomar negocios tradicionales, y descentralizarlos”, resume Nos. “Repartir el poder y la riqueza en núcleos pequeños”. Según Nos, esa misma filosofía es la que les llevó a elegir el mundo rural. Una masía en medio de las montañas es, además, el sitio ideal para su forma de trabajar.

Lluís Santos, cofundador de Entropy Factory, explica que no hay horarios: “Si nos entusiasmamos con una idea, podemos trabajar hasta la madrugada”. Es parte del coliving, que consiste en vivir en el mismo sitio en el que se trabaja, con las mínimas interferencias externas y junto a personas que tienen inquietudes comunes.

Sin horarios, sin distracciones 

En el caso de Entropy Factory, también una edad común: casi todos tienen menos de 30 años. Y un rechazo compartido a todo lo que huela a corporativismo y empresa tradicional. Es una especie de familia tecnológica cuyas costumbres espantarían a un responsable de recursos humanos al uso.

Lo más parecido a un jefe es la cocinera, Susana Castellet, que todos los días sube del pueblo de al lado a poner orden doméstico en la masía. Ella es, con diferencia, la mayor de toda la plantilla. “Lo que más me cuesta es que coman verduras y pescado. Pero poco a poco lo voy consiguiendo”, sonríe. 

Elegir el mundo rural tiene también ventajas prácticas. “Aquí no tenemos las distracciones que hay en la ciudad, se puede trabajar tranquilo”, explica Santos. “Todo es más barato, ahorramos desplazamientos diarios”, afirma Nos. Los beneficios son bidireccionales. También Les Coves de Viromà y el otro pueblo cercano, Tírig, se benefician de tener a más de una decena de jóvenes cerca, que visitan sus tiendas y sus bares. 

Contra el “éxodo” 

Es algo poco habitual en el entorno rural. Desde mediados del siglo pasado, la población más joven ha protagonizado un “éxodo”, según Carlos Gómez Bahillo, profesor de Sociología de la Universidad de Zaragoza. Ante la“falta de alternativas para poder sobrevivir en el pueblo”, han emigrado a la ciudad. El resultado es “el envejecimiento de la población y, finalmente el despoblamiento”, explica a eldiario.es por correo electrónico. 

Según datos de la Diputación de Castellón, basados en información del INE, el interior de la provincia está sufriendo este fenómeno. En el año 2000, 105.174 personas vivían en municipios con una población menor a 5.000 habitantes. En 2016 eran 83.432. Esto supone que en los últimos 16 años, estos pueblos han perdido el 20% de sus habitantes. 

El resultado es que “áreas enteras a día de hoy pueden considerarse sin dudarlo desiertos demográficos (con densidades inferiores a 10 habitantes por kilómetro cuadrado)”, según Javier Soriano, profesor de Geografía Humana de la Universidad Jaume I. Soriano no es optimista en cuanto al futuro: “Las proyecciones no son optimistas y apuntan a nuevas pérdidas de población o un estancamiento definitivo que, a la larga, llevará a más pérdidas”, explica, también por correo electrónico. 

Teletrabajo para que vuelvan los más jóvenes

En esta situación, los dos expertos coinciden en que iniciativas como Entropy Factory pueden ser una vía de recuperación de población. El teletrabajo puede atraer actividad a los pueblos. “Cualquier iniciativa empresarial no ligada a sectores tradicionales (aunque todo suma) puede ser estratégica para atraer nueva población, nueva economía, puestos de trabajo y algo que en economía es vital, efectos multiplicadores que generen más progreso y retroalimenten todo lo anterior”, explica Soriano.

Gómez Bahillo también cree que proyectos como Entropy Factory podrían ser una oportunidad para la repoblación del mundo rural. Pero, de momento, reconoce que ni esta ni otras vías que en los últimos años se han propuesto para elevar el censo de los pueblos (el turismo y la industria agroalimentaria, principalmente) han conseguido tener éxito: “Cuantitativamente la repercusión de los nuevos asentamientos en zonas despobladas rurales ha sido muy reducida, a pesar de la crisis, y cuando éstos se han producido ha sido de manera aislada”.

“Todos los apoyos posibles” 

El profesor considera que las empresas tecnológicas tienen el obstáculo de la falta de una “infraestructura digital”. Esto obstaculiza el desarrollo de estas compañías, pero también perjudica a la población en general porque “es una forma de aislamiento en el mundo real”. La solución sería hacer posible “el acceso a la banda ancha, que es fundamental para el trabajo a distancia”.

En este sentido, ambos expertos creen que es necesario que las administraciones elaboren planes integrales, no medidas aisladas. “Haría falta inversores privados, contribuciones decididas de la Administración y todos los apoyos posibles”, concluye Soriano. 

Mientras esto sucede, Vicent Nos y Lluís Santos tienen sus propios planes. Después de siete años de trámites, han conseguido que la Generalitat Valenciana declare unos terrenos cercanos al pueblo de “interés comunitario”. Esto quiere decir que, a pesar de no ser urbanizables, Entropy Factory puede construir allí un centro tecnológico. “Queremos replicar el modelo de fabricación de startups de Silicon Valley”, explica Nos. Será en lo alto de una montaña. Donde no llegue el ruido de los despertadores. 

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