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Redes: Internet ha complicado mucho el futuro

Jugadores profesionales en Internet

Delia Rodríguez

A no ser que se caigan las Torres Gemelas, el futuro no es algo que suceda de repente. Estamos siempre viajando en el tiempo, buscando los raíles que nos llevarán adelante y despegándonos las telarañas del pasado. Una puede conducir por las mañanas hasta el futuro de la economía y regresar a casa por la noche a la edad media de las libertades; mirar el móvil y avanzar diez años, cerrarlo y retroceder tres. Hay quien muere intentando progresar cruzando fronteras, y otros que pagan fortunas por retroceder en islas sin conexión. Sociedades enteras que creían que estaban en un momento histórico y al parpadear se han visto en otro. La idea de futuro como un lugar mejor es una cuestión de grado, conocimiento, dinero, circunstancias, suerte, momentos. Si me preguntan cómo será el mundo dentro de 25 años responderé que en algunos sitios, para algunas personas, es probable que ya esté sucediendo, y también que quizá a muchos solo les llegue, tarde, la peor parte.

Miro las pantallas brillantes que decoran la redacción de la tele estadounidense en la que trabajo y veo a un personaje de reality show con un bronceado artificial gobernando el país más poderoso del mundo a través de las redes sociales. El dinero en efectivo no se utiliza y de todo queda rastro en la tarjeta de crédito. La policía se graba constantemente en vídeo como autodefensa, las víctimas de crímenes de odio también. Hay adolescentes que se suicidan en directo en Facebook. Unas pocas empresas controlan todo el flujo de información, escuchan lo que se dice en los salones con televisiones y altavoces, almacenan los lugares por donde se navega, las búsquedas que se realizan, las localizaciones geográficas, los mensajes de móvil. Poseen un mapa exacto de las relaciones, de a quiénes conocemos, cómo nos comunicamos. En la oficina el correo electrónico y el comportamiento online son monitorizados. Si alguien quisiera vivir sin salir para nada de casa podría hacerlo comunicándose solo con una compañía, Amazon, que le vendería todo lo necesario, desde una lechuga hasta una película. Es posible levantarse siendo un desconocido y acostarse siendo famoso en todo el mundo por un viral estúpido. Existen monedas inventadas con ceros y unos, filtraciones de información clasificada que ningún periódico es capaz de procesar solo, ataques informáticos que tumban cientos de empresas en todo el mundo en horas, ciberguerra, supervillanos que lanzan cohetes al espacio y fabrican coches sin conductor, tipos que fundan empresas billonarias pero que son incapaces de no hacer el ridículo en público.

Como distopía, es tan mala que si hubiera sido escrita hace unos años nadie la hubiera publicado por inverosímil. Releemos 1984 o El cuento de la criada, pero este pésimo presente, que se parece más a El Círculo de Dave Eggers, no nos lo merecíamos. Alguna vez he llamado a este sistema 'Memecracia' porque la viralidad lo define bien: antes de internet y la desaparición del filtro de los medios de comunicación, los contagios fulminantes de información eran mucho más difíciles.  

Internet ha complicado mucho el futuro. Todo está siendo cambiado, disrumpido, por él. Primero los trabajos relacionados con la tecnología, después el resto. Un taxista puede no haber tocado nunca un ordenador, pero jamás volverá a ser el mismo después de Uber. La vivienda: existen zonas turísticas en las que los lugareños no pueden pagar un piso porque han sido arrasadas por los alquileres vacacionales de AirBnb. Las relaciones: ¿cuándo conformarse con alguien si en el móvil existen miles de potenciales matches mejores? Los medios: una más de las industrias que intenta asumir que lo que antes vendía ahora es ilimitado y gratuito.

El proceso aún no ha terminado, y ni siquiera sabemos si terminará. Lo que sabemos es que por cada pequeña necesidad no cubierta hay alguien dispuesto a destrozar el sistema. Los chavales que se han dado cuenta están rastreando uno por uno todos los huecos que quedan por disrumpir, a veces con ideas estúpidas, otras con tanto éxito que acaban siendo absorbidos unos años después por las grandes empresas de internet, ayudándolas a seguir engordando.    

En los próximos años veremos cómo continúa todo este proceso. Veremos también reacciones en contra, porque desde la startup más pequeña a la tecnológica más grande todos están aprovechando el desconcierto. Se rellenarán los vacíos legales, y también los mentales. Quizá lo hagamos solos, quizá necesitemos que algo serio ocurra. Pero estoy segura de que empezaremos a preocuparnos por nuestra privacidad, seguridad y bienestar mental en el uso de las redes.

En algún momento tomaremos conciencia de los peligros de internet igual que la tomamos con el tabaco. Estamos en el momento en el que sabemos que la forma en que estamos utilizándolo no puede ser buena, que hay algo adictivo y peligroso en ello, pero no estamos muy interesados en averiguar qué. Pienso que algunos estamos pagando ya haber sido los primeros, los más conectados. Pronto sabremos exactamente cómo nos afecta a nivel físico y psicológico el loop dopamínico constante y la conexión sencilla a muchas más mentes y emociones de las que venimos programados de fábrica para tolerar. Tomaremos medidas, pondremos límites, seremos más conscientes de cómo el medio está cambiándonos. Mientras, estamos entregados a emociones compartidas en masa que promovemos con los algoritmos, dispositivos y filosofías que hemos creado y a los que nos dedicamos con un fervor primitivo: alzamos, linchamos, reímos, lloramos, cualquier cosa que nos permita seguir automedicándonos contra el aburrimiento que, por otro lado, tanto echamos de menos.

Vuelvo a la idea de que la mayor parte de lo que consideramos futuro está ya sucediendo y de que el presente no para de mandarnos señales. El problema está en que no tenemos ni idea de si mirar al coche autónomo o a los insectos modificados genéticamente, a la neurociencia o a la criptografía. El propio internet hace que sea más difícil que nunca separar las pistas verdaderas de las falsas. Demasiada información, demasiado hype, demasiados caminos explorados a la vez, demasiadas ganas de que lo siguiente llegue ya y de enterarnos antes que nadie. ¿Hablaremos de los drones en un par de décadas?

También nos cambiarán la vida sucesos impredecibles, como decía Nassim Taleb, porque ¿cuándo no ha ocurrido lo inconcebible? Nadie sabía hace 25 años que íbamos a ir siempre con un pequeño ordenador de bolsillo y nadie sabe qué llevaremos dentro de otros 25, cómo serán nuestros cuerpos, dónde viviremos y a qué dedicaremos el tiempo. Por interesante que sea especular, llega un momento en el que el análisis o el periodismo pueden hacer poco y deben retirarse en favor de la literatura, que siempre ha sido más hábil pintando de color plateado cosas que en el fondo son un poco cutres.

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