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Historia de un atracón o de cómo nos atrapó el Demogorgon

Eleven en 'Stranger Things'

Mónica Zas Marcos

Ningún adicto quiere que le señalen con el dedo. Pero a veces necesitamos recordar el momento en el que todo cambió, qué estímulos nos atraparon y cómo se miden nuestras ansias. Netflix ha querido hacer terapia con sus bingers, los usuarios más incondicionales, y demostrarnos una vez más que su imperio no se erige por el azar. La empresa de Reed Hastings ha revelado en un estudio los episodios concretos que nos condenan a un idilio intenso y atropellado con sus series.

Saben que Jesse Pinkman necesitó derretir una bañera con ácido fluorhídrico para ganarse nuestro corazón y que a las chicas Gilmore no les bastó con presumir de la relación más idílica de la televisión. Todos estos datos han sido comparados con el hábito de los espectadores en varios países y las conclusiones no varían.

Con Breaking Bad o Stranger Things no abandonamos la mesa hasta que hemos acabado el plato, e incluso rebañamos un poco más. Pero en dramas políticos como House of Cards o El ala oeste de la Casa Blanca, sin embargo, necesitamos tomarnos un respiro, descubrir nuestras aficiones aparte y regresar al final de la jornada sin empachos. Netflix distingue así las series en “devoradas” y “saboreadas”, siendo las primeras un gancho a la pantalla durante más de dos horas al día.

Las comedias irreverentes como BoJack Horseman, los dramas de época o las series históricas como Narcos son consumidas con tranquilidad. Todo lo contrario ocurre con el thriller y el terror de Sons of Anarchy y American Horror Story, que provocan una mezcla contradictoria de atracción morbosa y deseo por terminarlas lo antes posible. “Estas son las que la gente ve más rápido porque no necesariamente deben pensar en los conflictos, ni entender todos los chistes ni hacer una pausa después de un momento muy dramático”, dicen desde Netflix.

Las razones de esta adicción están científicamentes comprobadas y escapan al manido argumento de la violencia y el sexo. Los investigadores de la Universidad de Rutgers (Nueva Jersey) encontraron parámetros como las ráfagas visuales que dinamizan el montaje o recursos para captar la atención del público como el de romper la cuarta pared. Pero, trucos y temáticas aparte, siempre hay un episodio que rompe la barrera de la contención y nos aboca a terminarnos la serie de una sola sentada. 

Quizá no sea nuestro preferido, pero posiblemente diga más de nosotros de lo que estaríamos dispuestos a admitir. La empresa afirma que los dramas familiares y los amores juveniles son el lenguaje universal y la excusa definitiva para decantarnos por una serie. Así, gran parte de los aficionados a Las chicas Gilmore decidieron seguirlas durante siete largos años cuando Rory afianza su relación con Dean (en el episodio 9), y los que cayeron ante la novísima The Get Down, se dejaron llevar ante los conflictos domésticos que aparecen entre Mylene y su padre en el capítulo 2. 

Es probable que estos momentos ni siquiera lleguen a la memoria colectiva como los más destacados. Para eso el público exige sangre y momentos sórdidos. Netflix también reconoce que el miedo a lo desconocido seduce, y lo sabe potenciar. En su producción original, Stranger Things, dejan a los espectadores con la mandíbula desencajada situando cada desaparición al final del episodio, como ocurre en el determinante capítulo 2.

Dejar la trama abierta en su mejor momento es una obviedad aprendida en primero de audiovisuales. Pero hay veces que los showrunners apelan a la conciencia más oscura del ser humano para garantizarse una audiencia fiel e insaciable. En Breaking Bad esto ocurre también en el capítulo 2 de la primera temporada, cuando recurrir a la enfermedad de Walter White hará que perdonemos todas sus fechorías y estemos deseando presenciar la siguiente. “Pueden fomentar empatía con las falsas víctimas, admiración por actos de valor y belleza moral a la luz de la violencia”, decía una investigación reciente sobre la seriefilia

“Con este estudio en el que analizamos qué es lo que nos engancha, hemos visto que en todo el mundo hay afición por contenidos originales y exclusivos, desde dramas políticos franceses hasta series musicales del Bronx”, afirman desde la plataforma de streaming.

Un mal verano

Netflix es experto en reinventarse haciendo un análisis milimétrico de su audiencia. Conoce qué imágenes cautivan más en cada país para pinchar en una de sus series originales en vez de en un documental o dónde debe colocar el título de una ficción para que no pase desapercibida. No se le escapan las horas, ubicaciones y dispositivos desde los que entramos a su plataforma.

Pero toda esta información no es baladí. Hasta abril, los de Hastings registraban un aumento histórico en suscriptores debido al mimo con el que tratan sus preferencias. Los millones de beneficios subían y su expansión en más de 130 países como servidor rey de Video on Demand les acomodaban en el trono.

Sin embargo, el verano y la aparición de un catálogo cada vez más completo en Amazon Prime, HBO o Apple TV han hecho mella en su impoluta trayectoria. La subida de precios que anunciaron en abril también provocó un pequeño éxodo a la competencia y las acciones cayeron como nunca (un 13%). Fue entonces cuando tuvieron que avalar producciones de gran nivel y comprar otras que cuentan con legiones de seguidores: Narcos y Las chicas Gilmore.

Este último estudio, además de lo puramente anecdótico, sirve para traducir nuestra información en “sutiles mejoras”. Ahora queda descubrir qué novedades se inspirarán en nuestro amor al Demogorgon.

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