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A favor y en contra del nuevo manual de piano de James Rhodes

Duelo Rhodes

Mónica Zas Marcos / Cristina Armunia Berges

James Rhodes es pianista. Se acaricia el pelo con un gesto introvertido y tamborilea los dedos sobre la mesa como tocando un arpegio imaginario. Muchos asocian estos espasmos a la naturaleza inquieta del genio, pero en su caso son secuelas de años de abuso infantil. El británico rompió su silencio cuando ya era un hombre de éxito en Reino Unido y abrió una caja de los truenos que lo convirtió en internacional.

En Instrumental, la feroz biografía que publicó hace un año, Rhodes contaba que se enfrentó siendo un niño al “Everest de los traumas”. Un profesor le violó desde los seis años hasta los diez y transformó una infancia consistente en gelatina. Ahora tiene trece personalidades distintas, un espíritu suicida que calma fumando pitillos y los dos brazos llenos de cicatrices. Pero sigue viviendo gracias, según él, a la música.

Este libro, además de incluir muchos episodios desquiciantes y dolorosos, servía como una playlist curativa. Ya que Bach, Glenn Gould, Schubert y Prokófiev fueron sus chalecos salvavidas, Rhodes necesita que sus lectores se acerquen a ellos de una forma limpia y libre de prejuicios. Esa es la otra gran intención del best-seller: que la música clásica “vuelva a molar”.

La primera regla la cumple él mismo. “Olvidarse de los jerséis de pederasta y los frac con pajarita de otra talla”. Nada mejor que llevar sudadera, vaqueros e ir sin peinar a un concierto para que la gente te note cercano. Esta y otras revolucionarias ideas se arremolinan al final del libro como si hubiesen aguantado a presión en su cabeza. También defiende que cualquiera puede tocar el piano sin conocimiento de música. Lo ha repetido hasta la saciedad en charlas, recitales y entrevistas.

Tanto reincidió en la idea que terminó por convertirse en su nuevo libro. Toca el piano: interpreta a Bach en seis semanas, de Blackie Books, es el regreso de James Rhodes a las editoriales. Nos lo hemos leído y tenemos opiniones enfrentadas, ¿está llamado a convertirse en el regalo estrella de las navidades? 

A favor 

James Rhodes es un macarra, un entrañable y divertido macarra. Lo primero por lo que merece la pena leer su libro y seguir su método canalla es porque me imagino la cara que se le quedaría a mi profesora de piano al descubrir que por fin hay algo o alguien que consigue que me siente frente al piano más de media hora sin resoplar. Todo un logro.

Es cierto que el manual de Rhodes no te va a convertir en un gran concertista de piano. Nada más lejos de la realidad. Pero resulta fascinante ver cómo el músico se desnuda ante ti. Leer y comprender la liturgia del artista en 85 páginas es maravilloso.

En las primeras páginas, el músico te da una pequeña clase de solfeo que escandalizaría a todos los profesores de armonía de este mundo. Te explica cómo se leen las claves, qué son las teclas negras del piano o con qué figuras te vas a encontrar al interpretar a Bach (nada más y nada menos) como si te estuviese hablando de la fiesta del sábado pasado o de la manera en que combina la ropa. Es muy entretenido y fácil de entender.

Tocar a Bach, tocar el piano o cualquier instrumento es complicado. Pero resulta que el piano concretamente es un instrumento muy mecánico y 'solo' hay que pulsar teclas. Si por ejemplo se hiciera un manual de este estilo para llegar a tocar una canción con un violín el resultado sería un desastre. El sonido estridente, parecido a los maullidos de un gato cabreado, te harían desistir al tercer día de ensayo.

Tal y como cuenta Rhodes en la segunda parte del librillo, solo tocando cuatro notas (do, re, mi y sol) puedes aprender a tocar Jingle Bells en cosa de cinco minutos. Con esto no impresionarás a nadie, pero si consigues tocar el Preludio nº 1 en Do Mayor de Bach en seis semanas, estas Navidades dejarás a tus amigos y familiares alucinados (especialmente si nunca antes te habías acercado a un piano).

Con este libro minúsculo el británico vuelve a conseguir que te aproximes a la música clásica sin despeinarte. Incide una vez más en lo importante que es para el desarrollo intelectual de los jóvenes tener contacto con la música a una edad temprana. Y, además, te anima a que desconectes. A que dejes un rato el móvil y cierres Facebook para hacer algo chulísimo que es conseguir interpretar una partitura.

Aunque lógicamente después de leer este libro vas a seguir sin saber nada o casi nada de solfeo, te recomienda que sigas aprendiendo con un profesor. Rhodes ya lo dijo en Instrumental: si quieres ser un gran escritor, escribe cada día una página de tu próxima novela; si quieres aprender a tocar el piano, hazte con un teclado de 30 euros y toca un rato todas las mañanas. Así de simple.

En contra 

El pasaje más disfrutable de Instrumental es en el que Rhodes lanza una lluvia de ideas para rescatar a la música clásica de su ostracismo. Explica a una velocidad espídica que el género necesita un enema de frescura y modernidad, a la vez que pone en solfa a todos los dinosaurios de la industria. Es ahí cuando te das cuenta de todo el bien que ha hecho James Rhodes a la clásica dentro y fuera de su piano.

Su biografía daba una visión cruel de sí mismo y benigna de la música. Es cierto que era un alegato por la superación aderezado con algunos tacos y demonios internos. Pero tampoco lanzaba la típica moralina vacía de galletita de la suerte. Toca el piano, en cambio, se deja llevar por ese tipo de activismo facilón cuando no ha pasado ni un año del potente mensaje de su primer libro.

Es verdad que no se traiciona a sí mismo en el nuevo manual. Pero canta a la legua que ha sido un encargo de la editorial cuando todavía estaban frescos los beneficios de Instrumental. Envuelto en una linda portada rosa, el librito de Rhodes promete enseñarnos a tocar el Preludio Nº1 en Do Mayor de Bach en menos de seis semanas. La idea sería maravillosa si no fuera porque ya hay miles de músicos desconocidos que ofrecen su técnica de forma altruista sin un editor que les respalde.

Su finalidad en Instrumental era derribar los prejuicios de la música clásica en pleno siglo XXI y animar a los jóvenes a volver a sentarse frente a su piano. Se necesitaba un James Rhodes que vendiera a Radu Lupu y a Schubert como si fuese una estrella del rock. También para que las academias coloquen todas las matrículas, a los concertistas se les deje de pagar una miseria y los medios cedan un espacio a la clásica como lo harían con el trap o el indie.

Pero Toca el piano no tiene una finalidad concreta que no sea aprovecharse de una marca. Ya existen tutoriales en Internet que te enseñan a tocar piezas de piano sin saber solfeo. Chavales enamorados de la música que abren un canal en YouTube o un blog para hacerse un hueco en una industria demasiado elitista. Hay profesores que compaginan las clases con otros trabajos porque no les da para llegar a final de mes.

Seguramente aprendamos a tocar esa pieza concreta de Bach en seis semanas. Las pautas del libro están bien explicadas y, en ese caso, su subtítulo habrá dado en el clavo. Pero no tiene alma, contenido ni buena intención.

Esto tampoco le quita el mérito a Rhodes de ser una figura clave y haber visibilizado muchas más cosas que la música clásica. Pero no le aplaudiremos más por publicar 85 páginas, con dos puntos de interlineado y enormes dibujos, justo en plena época prenavideña.

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