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The Sonics: los eternos devotos del ruido

The Sonics. Foto: thesonicsboom.com

John Tones

Es un tópico definirlos como cabezas visibles de un difuso, complicado de acotar, sonido proto-punk sesentero. Pero una audición, aun hoy, de cualquiera de sus dos primeros discos, Here are the Sonics (1965) y Boom (1966), deja muy claro hasta qué punto fueron unos visionarios de la distorsión demente. Las guitarras saturadas hasta la cacofonía pura, los aullidos de Gerry Roslie y aquellos ritmos frenéticos que convertían el rock'n roll clásico que les servía de inspiración en baladas artríticas... The Sonics siguen sonando hoy tan potentes como en su día. Y lo consiguieron con una afortunada mezcla de casualidad, talento e intuición.

La concepción de los Sonics del rock'n roll clásico como algo donde habitaba, en esencia, un sonido crudo, intuitivo, asilvestrado y esencialmente lúdico, les anticipó casi veinte años a lo que sería a finales de los setenta uno de los grandes volantazos evolutivos de la historia del rock: el punk, un movimiento musical y social en el que la calidad técnica y melódica quedaban a un lado para apelar a los instintos más básicos de oyente y artista. Bien: pues los Sonics ya hacían eso a principios de los sesenta.

Sobre el papel, nada distingue demasiado a este de otros grupos de garage. El subgénero era una deriva del rock'n roll clásico hacia sonidos primordiales, casi amateurs, adelantándose a la psicodelia pero distanciándose de las tendencias sinfónicas del gran rock de estadios que acabaría teniendo, precisamente, al punk como gran revulsivo. Husmear en busca de ese detalle alquímico que hacía especial a los Sonics puede ser una tarea frustrante, pues nada de peculiar tienen sus orígenes ni evolución.

La banda fue fundada en 1960 en Tacoma, Washington, por el guitarrista Larry Parypa, al que se unió su hermano mayor Andy también a la guitarra y, momentáneamente, otro hermano, el saxofonista Jerry. En los ensayos, la madre de los chicos echaba una mano tocando el bajo en lo que es una aplicación literal del término garage amateur. En 1963, después de congeniar con otras bandas afines como Paul Revere & The Raiders, la banda terminó de constituirse con la llegada del batería Bob Bennet, el saxo Rob Lind y el teclista Gerry Roslie. Cuando escucharon el espeluznante timbre de voz de Roslie, lo más parecido a un Little Richard endemoniado, dejaron atrás la idea de hacer una banda de standards instrumentales. Roslie arrastró, con su insólito griterío, al resto de la banda: las guitarras subieron la distorsión al 11 y la sección rítmica pasó a sonar como una apisonadora.

El primer single de la banda, The Witch, tenía unas intenciones en origen muy distintas (describir los movimientos de un paso de baile), pero la banda le dio un giro a la letra cuando descubrieron que la insistente melodía del tema tenía un toque tétrico, y que la voz de Roslie poco menos que abría las puertas del Infierno. Como cara B, una versión del Keep A'knockin' de Little Richard mucho más febril y precipitada que su modelo. El single se convirtió en un pequeño éxito inmediato en el noroeste estadounidense, sobre todo entre pequeñas emisoras de radio que no se espantaban con su sonido demencial.

Después de grabar otro pequeño éxito, Psycho, y de confirmar su gusto temático por la tragedia adolescente tamizada por el fetichismo ocultista se lanzaron a su primer disco en 1965, Here are de Sonics!!! El resultado es un hito del garage más cavernícola, que incluye los primeros éxitos de la banda (a los citados se suma la increíble Strychnine) y un buen puñado de versiones de temas afines a la banda, como Do you love me, Roll over Beethoven, Money o una de sus reinterpretaciones más populares gracias a su inclusión en innumerables bandas sonoras y anuncios, el Have love, will travel original de Richard Berry. Ya en este primer disco ensayaron algunos métodos de grabación de bajísima fidelidad a dos inauditas pistas, como el empleo de un solo micro para registrar toda la batería. Medios paupérrimos incluso para la época pero que les darían ese sonido apelmazado y confuso que les dio carácter.

Después de confirmar éxito con un directo tan contundente que les permitió figurar como teloneros de gente como los Beach Boys, en 1966 grabaron su segundo disco, Boom. Aunque no poseía la avasalladora personalidad de su debut, aún incluía composiciones básicas para entender al grupo como Cinderella o Don't be afraid of the dark. Desde ahí, cierta caída en intensidad con la búsqueda de un sonido más asequible: el histórico técnico Lary Levine les grabó en 1967 Introducing the Sonics, pero fue incapaz de replicar la indómita furia de sus dos primeros discos, grabados por Kearney Barton, técnicamente inferiores pero rebosantes de furia. Poco después, Bennett y Roslie dejaron la banda e incapaces de sostenerse sin elementos tan esenciales, los restantes Sonics se separaron poco después.

El regreso de lo áspero

Durante las tres siguientes décadas a su separación, la reputación de los Sonics no dejó de crecer. Al revival del sonido garajero durante la resaca del punk se sumó el nacimiento de subgéneros como el psychobilly, incomprensible sin el venerable revulsivo que supusieron los Sonics en su día, que mantuvieron al grupo de Tacoma como un referente ineludible. Combos de garage actualizado, como los Hives, o gourmets de la baja fidelidad, como White Stripes, han reivindicado el sonido rampante de la banda, lo que motivó una reunión en 2007 en Nueva york, para el festival anual de garage Cavestomp. Salvo Bennett, la parte básica de la formación original estaba intacta: Roslie en teclados y voz, Larry Parypa a la guitarra y Rob Lind al saxo.

En 2010, los Sonics grabaron un EP, 8, con material en directo y gracias a la aceptación del mismo, en 2015 llega This is the Sonics con alguna entrada y salidas en la formación (nuevo batería, Dusty Watson, veterano de Dick Dale o los Supersuckers) y con material nuevo por primera vez en cuatro décadas. Se ha encargado de grabarlos Jim Diamond, que ha dado alas a bandas tan influenciadas por el sonido Sonics como Dirtbombs, White Stripes o Fleshtones. El resultado es deliciosamente amenazador, como escuchar a un grupo de jubilados fuera de sus casillas, un puñado de ancianos admirablemente enfebrecidos y que no tienen nada que perder: toda la furia original de los Sonics originales (¡en glorioso sonido mono!), pero traducida a los medios actuales.

Temas como Bad Betty o The Hard Way son puro sonido clásico Sonics y las versiones, algo menos tópicas de lo habitual, rinden tributo a los clásicos: Ray Charles, Eddie Holland y, por encima de todas, una frenética You can't judge a book by the cover, original de Bo Diddley, que aquí se convierte en poco menos que un cohete de R&B primario e incivilizado.

This is the Sonics es la guinda perfecta para la fulminante carrera de un grupo cuyo sonido, paradójicamente, es hoy más actual que nunca. En octubre, Roslie y los suyos serán cabeza de cartel del X Funtastic Drácula Carnival de Benidorm, cuyas entradas se agotaron a los ocho minutos escasos de ponerse a la venta. Ahí podremos comprobar si los berridos demoledores y las velocidades supersónicas son o no cosa exclusiva de jovenzuelos.

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