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El blog Opinions pretende ser un espacio de reflexión, de opinión y de debate. Una mirada con vocación de reflejar la pluralidad de la sociedad catalana y también con la voluntad de explicar Cataluña al resto de España.

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Moliner, Azúa y el odio Catalunya-España

Víctor Saura

En un lado del ring encontramos a Empar Moliner, escritora payasa (según autodefinición), descubridora de las propiedades eróticas de los pronombres débiles del catalán y efímera adscrita a JuntsPelSí (hasta que supo que formar parte de la lista implicaba tener que renunciar a trabajar temporalmente en los medios públicos). En el otro lado tenemos a Félix de Azúa, erudito de zona alta, persona non grata para el gremio de las pescaderas, autoexiliado sin fronteras y adscrito por obra y sentimiento a los orígenes de Ciudadanos. La primera se alinea con la corriente de opinión según la cual todo lo que llega de España tiene por finalidad el exterminio de la Catalunya catalana. El segundo, con la idea de que en Catalunya se practica el canibalismo contra lo español, ya sea lengua, cultura, persona o cliché.

Ambos son seguidos por un montón de gente que piensa como ellos, y a los que con sus andanadas afianzan en sus más profundos fantasmas. Los seguidores de una y otro intentan no cruzar nunca el río Ebro, ni física ni mentalmente, por miedo a ser reconocidos y devorados por la tribu enemiga.

En sus análisis –que tratándose de gente de letras se suponen meditados–, aplican una lógica muy habitual en muchas redacciones de medios de comunicación, catalanes y españoles: perdigonada con trabuco contra la otra trinchera y tiro de precisión con escopeta de balines cuando se trata de uno de los nuestros. Traducido al debate Catalunya-España, esto quiere decir que todo aquel que trabaja o colabora en un medio público catalán (y en unos cuantos privados) sabe perfectamente que la mejor manera de no errar el tiro es disparando contra lo español, como concepto, y que todo aquel que trabaja o colabora en un medio público español (y en unos cuantos privados) sabe que disparar de vez en cuando contra el tópico catalán es garantía de hacer diana.

Por poner un ejemplo: Moliner sabe que quemando en directo una Constitución será jaleada por los señores y señoras que la contratan, así como por buena parte de la audiencia, y por eso no se detiene a pensar qué opinaría ella, quienes la contratan o su audiencia si un bufón de Telemadrid apareciera quemando un Estatuto bajo la ocurrencia que fuese. Aunque fuera de atrezzo, según se apresuró a señalar que era la Constitución incinerada (como si atracar usando una pistola de juguete fuera eximente del delito).

El académico de la gauche divine hace tiempo que viene pregonando que se fue a Madrid porque no quería que su hija fuera educada en el odio a España, y en su reciente ingreso en la Academia de la Lengua ha reiterado que “la educación en Catalunya consiste en enseñar el odio a España y el español”... lo que hace prever una epidemia de parricidios entre familias de dirigentes y militantes de base catalanes del PP, Cs y PSC que todavía cometen la temeridad de escolarizar a sus hijos en Catalunya. Si Moliner es el augusto, el payaso que hace el papel de tonto, a Azúa le encaja mejor el rol del clown o carablanca, el payaso adusto y frío.

Los Moliner y los Azúa de una y otra trinchera (injustamente lo focalizo en dos caras, pero son legión) se retroalimentan en su mutua adicción al tremendismo. ¿Qué harían los unos sin los otros? El problema es que el odio que denuncian es el odio que cultivan. Aquí detestamos que determinados medios de Madrid agiten la catalanofobia, mientras desde aquí promovemos una no menos evidente españofobia. Y viceversa. Hacemos, en realidad, un periodismo muy parecido, con la única diferencia de que nuestra fobia se suele expresar de forma más educada.

Los mismos que, por decir algo, se irritan justificadamente cuando se identifica al gobierno de Israel con el pueblo judío, no tienen ningún reparo en identificar Madrid con España, o el PP con España, o el ala más dura del PP con España, o el último exabrupto dicho por cualquier iluminado desde un medio ultra con el sentimiento general de toda la población española. Cojo otro ejemplo de Moliner (y subrayo que no le tengo ninguna manía especial, tampoco devoción): en otra reciente y muy aplaudida intervención en TV3 que he pescado por la red, Moliner mezclaba los comentarios energúmenos sobre Gabriel Rufián de un articulista de El Confidencial, al que no citaba porque no debería ser suficientemente conocido, con un intercambio de tuits más que cabales de Arturo Pérez Reverte con el mismo político independentista, de tal manera que, aderezado con unas cuantas ironías, el espectador de TV3 acababa teniendo la sensación de que Pérez Reverte era el autor de las animaladas dichas por el otro, o que por lo menos las suscribía, al igual que las suscribiría el conjunto de la población española. Y ahí quedó eso.

Quizás a todos nos convendría consumir menos prensa política y más prensa deportiva, donde aunque parezca mentira el nivel de hooliganismo es menor y la rivalidad más sana. Los periodistas deportivos hacen su trabajo, mejor o peor, sin necesidad de esconder sus colores; vestir la camiseta de su equipo no les impide ser críticos cuando toca y además no tienen ninguna opción de cambiar la cabina de retransmisión por el terreno de juego. En cambio, hoy en las cámaras parlamentarias abundan los políticos surgidos del periodismo o de la tertulia política, mientras en los altares audiovisuales pontifican con carnet de observador imparcial aquellos que hace cuatro días ostentaban cargos públicos como integrantes de un proyecto político determinado.

Los aficionados al fútbol lo tenemos claro desde hace muchos años: ni ultrasur ni boixos nois.

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