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Fondos y agroindustria calientan el precio de los campos: ¿se vende tierra y se compra agua?

La demanda de agua de los nuevos cultivos y de actividades tecnológicas está creciendo de manera exponencial.

Eduardo Bayona

Zaragoza —

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El precio de la tierra se ha disparado, o quizás sería más apropiado decir que lo que se está encareciendo es el valor de los derechos de consumo de agua asociados a las parcelas, un ‘input’ de la agricultura cuya demanda está creciendo de manera exponencial y cuya eventual disponibilidad en la cuenca del Ebro, y especialmente en los grandes sistemas de regadío de su zona central y oriental, se está perfilando como un elemento estratégico clave para las decisiones de los fondos de inversión y de la agroindustria.

El portal inmobiliario Cocampo cifra en 18.534 euros por hectárea el precio de la tierra en Aragón, con picos por encima de los 30.000 en Zaragoza y un caso extremo de 147.000 por un lote de cinco parcelas que suman cuatro hectáreas en la huerta de la capital cuyo propietario destaca “un coeficiente de riego del 96%, lo que garantiza un suministro constante y confiable de agua para sus cultivos”.

En Agroanuncios hay opciones como una hectárea en Alfamén por 25.500, otra de 4,5 en Altorricón en la que, en este caso con un proyecto de granja porcina aprobado, sale cada una a más de 44.000 y una “finca de regadío, con pantano y luz en la finca, plantada de frutales de hueso a producción”, en Zaidín cuya tasación sube a 38.000.

Y, en los grandes portales inmobiliarios generalistas, Fotocasa e Idealista, se pueden encontrar propuestas como una torre con vivienda y cuatro parcelas que suman 6,3 hectáreas a 60.000 euros cada una de estas entre Utebo y Garrapinillos, una chopera de 60 hectáreas a 33.333 cada una de ellas en Remolinos o una finca de 16,6, a 60.000 cada una en El Burgo “con luz y agua propias”.

Un muro para llegar y un incentivo para salir

Hay un dato que ilustra con bastante claridad las dificultades que ese rango de precios conlleva para el acceso a la tierra en propiedad: el último Censo Agrario estima en 53,75 hectáreas la superficie media de una explotación agraria en Aragón.

Eso, con el promedio que calcula Cocampo a partir de las propuestas de intermediación que recibe, sitúa el valor de la tierra necesaria para ponerla en marcha en casi un millón de euros; un nivel de exigencia económica que, por otra parte, parece duplicarse y triplicarse con relativa facilidad.

“Estamos viendo precios de 30.000 euros la hectárea. En Bardenas, en el Canal de Aragón y Catalunya y en Riegos del Altoaragón se llega a pagar 25.000 y más por parcelas sin modernizar y más de 30.000 cuando lo están”, explica José María Alcubierre, secretario general de la organización agraria Uaga.

También se alcanzan los 30.000 en los Monegros cuando se trata de parcelas ya modernizadas o ‘vestidas’, es decir, con el equipamiento de riego completo y actualizado, y el rango se sitúa entre los 12.000 y los 15.000 para los campos en proceso de adecuación en La Hoya.

Las tierras de secano, mientras tanto, cotizan en torno a los 12.000 euros por hectárea en la mayor parte de Aragón, con caídas a una franja de 3.000 a 6.000 en áreas como Los Monegros, donde la lluvia es escasa.

La mayor garantía de suministro encarece la tierra

La disponibilidad de agua, mayor en el Ebro y el Duero que en cuencas de la mitad sur como el Tajo, el Guadalquivir y el Guadiana pese a las estrecheces de los últimos años, y notablemente superior que en las escasas y esquilmadas del Júcar y el Segura, se está situando como el factor clave que marca el valor de la tierra y, con él, las dificultades de acceso para nuevos agricultores y los incentivos de salida para los veteranos, que ceden año tras año terreno a la agroindustria y los fondos de inversión.

“En el sur están teniendo más problemas de abastecimiento, mientras que en la cuenca del Ebro, pese a todo, hay más tranquilidad”, apunta Alcubierre.

¿A qué se debe esa revalorización, más que de la tierra, de los derechos de regadío que en cada caso pueda llevar asociada?

Los factores y la casuística son variados, obviamente, aunque un vistazo a la transformación que se está dando en los últimos años en las zonas de regadío, donde ‘mares’ de almendros van ocupando progresivamente espacios en los que hasta hace poco predominaban el maíz y el alfalfa, ayuda bastante a entenderlo.

La elevada demanda de los nuevos cultivos intensivos

Así, cultivos con demandas de 7.000 y 9.000 metros cúbicos de agua por hectárea reemplazan a otros que, aunque generaban menor valor añadido, salían adelante con menos de 6.000.

En el caso del olivo, que hasta hace poco era básicamente un complemento del cereal, la demanda de agua de su cultivo intensivo, que también está creciendo, duplica a la del extensivo, de 2.500 a más de 5.000 metros cúbicos por hectárea.

Y a esa transición de la agricultura más extensiva y familiar a otra más intensiva e industrializada se le añaden otras dos, una que también tira al alza de los precios como es la energética con el despliegue de las renovables y otra que encarece la tasación de la disponibilidad del agua como la tecnológica.

Esta última se está traduciendo en un goteo de centros de datos que, con unas demandas para refrigeración sobre las que las administraciones guardan silencio, se están concentrando en las zonas de influencia del Canal Imperial y de Riegos del Alto Aragón, dos de los sistemas que, a priori, cuentan con mayores garantías de suministro de agua en la cuenca.

Eso siempre a expensas de que, en un país en el que la venta de derechos de agua no está prohibida sino regulada, la eventual entrada en servicio de la presa recrecida de Yesa tras dos décadas de obras y su asociado trasvase a Zaragoza, su cinturón y los ejes del Huerva y el Jalón modifique esa situación y emerja como fuente de suministro para esas actividades.

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