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The Guardian en español

Azadi, la historia detrás del monumento que arruinó la vida de su creador

La torre Azadi, el monumento que se ha convertido en el escenario de los acontecimientos más importantes de Irán en el último medio siglo.

Saeed Kamali Dehghan

En 1966, un arquitecto de 24 años, recién graduado de la Universidad de Teherán, se inscribió sin mucha confianza en un concurso para diseñar un monumento en homenaje al 2.500 aniversario de la fundación del Imperio Persa.

En retrospectiva, era una oportunidad única: una construcción financiada por el Sha de Irán, que imaginaba el monumento como un homenaje a sí mismo: la Torre Azadi.

El arquitecto, Hossein Amanat, no tenía idea de que el diseño que preparó con prisa, y que acabó ganando el concurso, se convertiría algún día en emblema de la capital iraní, funcionando como escenario de algunos de los eventos políticos más turbulentos del país.

La estructura de 50 metros de altura, conocida como la Torre Azadi (de la Libertad), resistió la revolución islámica de 1979, una guerra de ocho años con Irak y las manifestaciones contra el gobierno en la época de Mahmoud Ahmadinejad.

Pero si bien la torre prosperó, la vida de Amanat quedó hecha trizas.

La revolución de 1979 derrocó a la monarquía, y surgió la República Islámica, con el Ayatolá Khomeini como su líder supremo. El Sha, junto con muchos de sus seguidores, se fue del país y comenzó la mano dura contra la fe bahaí, que practica Amanat.

El nombre del arquitecto pasó a integrar una lista de la muerte y se le confiscaron sus bienes. Huyó de Irán y nunca más regresó.

Una minoría perseguida 

Los bahai son la minoría religiosa más perseguida de Irán. Después de la revolución, más de 200 bahais fueron ejecutados en Irán por su pertenencia religiosa. En 1981, la religión fue prohibida.

Desde entonces, los seguidores del bahaismo han sido privados de muchos de sus derechos fundamentales, como el acceso a la educación superior y el derecho a trabajar libremente. En julio, al menos seis bahais fueron arrestados en las ciudades de Gorgan, Kashan y Shiraz.

Las autoridades iraníes relacionan a los baháis con Israel, básicamente porque el cuerpo de gobierno bahái está ubicado en la ciudad israelí de Haifa, y acusan a sus adherentes de espiar y conspirar para derrocar al establishment islámico.

En una inusual entrevista en la que habló de su religión, Amanat, que también diseñó tres edificios administrativos bahaís en Haifa, pidió a Irán que reconsidere sus medidas.

“Deberían dejar de lado las sospechas,” dice Amanat, de 75 años.  “Los baháis no tenemos ninguna intención de perjudicar al establishment islámico. Las autoridades repiten que los baháis somos espías, pero no han encontrado nunca ni una sola prueba de ello. Ninguna. Deberían dejar que los baháis vivamos como cualquier otro iraní”. 

La fe bahái, que es monoteísta, acepta que todas las religiones tienen orígenes válidos. Fue fundada en Irán, en el siglo XIX, por su profeta, Baha’ullah, que definió el propósito de la religión como “establecer unidad y concordia entre todos los pueblos del mundo; que nunca sea motivo de discordia o conflicto”. Se cree que en Irán viven casi 300.000 baháis, y en el mundo unos seis millones.

Según Asma Jahangir, informante especial de la ONU en cuestiones de Derechos Humanos en Irán, la discriminación contra los bahaís tiene su base legal en la falta de reconocimiento constitucional.

En Yazd, un bahaí fue asesinado fuera de su casa el año pasado por dos hombres, a causa de su religión, y al menos 90 personas de la religión bahaí están tras las rejas, según un informe de Jahangir del mes de marzo.

Cuando en 2013 fue electo el presidente moderado Hassan Rouhani, Amanat tenía esperanzas, pero ahora dice que no ha cambiado nada y que en algunos casos la situación es incluso peor. 

“Irán tiene un lugar especial en el corazón de la comunidad bahaí”, afirma. “Me entristece que mis hermanos bahaís sean presionados. Si se les diera la oportunidad, podrían hacer mucho por su país”. Como él, que lamenta por no poder vivir en Irán y contribuir más a su arquitectura.

“Yo sé perdonar”

La Torre Azadi tardó cinco años en construirse. En 1971, fue inaugurada por el Shah, que voló a Teherán desde las ruinas de Persépolis en Shiraz, donde habían organizado una fiesta enorme para celebrar el 2.500 aniversario del Imperio Persa. 

Para Amanat, la Torre Azadi fue una oportunidad para “diseñar arquitectura moderna utilizando el lenguaje antiguo, preservar las cosas buenas de una cultura, dejar a un lado las partes negativas y crear algo con sentido”. Es un homenaje a “una antigua civilización”, y “fue pensado de tal forma que si se construyera en otro sitio, perdería el sentido. No se podría poner una torre igual en El Cairo”.

Pero de todos los momentos decisivos de la torre en la historia iraní moderna, un incidente fue el que más marcó a su creador. “Me emocioné mucho cuando millones de personas fueron a la Torre en 2009 [durante las protestas contra Ahmadinejad], y muchos fueron golpeados y asesinados”, asegura Amanat.

“Me puso muy triste. Como bahaí, yo sé perdonar, no me quedo atascado en las injusticias que otros cometen contra mí, sigo adelante, pero cuando sucedió eso fue muy difícil de digerir, porque la gente había utilizado la torre para refugiarse”. 

Reflexionando sobre su país natal, Amanat dice: “Echo mucho de menos Irán, especialmente por el sol y la arquitectura. Vivo lejos de todo lo que tuve, de mi barrio. Tengo tres hijos que han intentado aprender farsi, pero no consiguen leer bien el periódico en mi idioma, y eso me entristece tanto... Ninguno ha visto personalmente la Torre Azadi”. 

Traducción de Lucía Balducci

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