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El cuento de la desigualdad que genera felicidad

La pobreza que mata

Ana I. Bernal Triviño

Érase una vez un grupo de oradores, economistas, filósofos, conferenciantes y guías espirituales estupendos y maravillosos que, por activa y por pasiva, pregonan de forma constante sobre la felicidad. Felicidad aunque no tengas un céntimo, aunque no tengas para cenar, aunque en tu trabajo te paguen mal y aunque no tengas donde caerte muerto.

Y en esas, cada equis tiempo, conscientes de la capacidad de los medios de crear opinión y de construir un imaginario colectivo, saltan con frases y titulares como: “la desigualdad no genera infelicidad”, “cualquier desigualdad no equivale a injusticia social”, “ser pobre no es ser infeliz”….

¿Queda clara la filosofía? Básicamente se resume en no te quejes aunque tengas la soga al cuello. Estas personas son las positivas, las que ven la vida de color donde solo tú ves grises porque eres un completo amargado. Y te convencen de que todo el mundo tiene problemas, que los ricos también lloran, que las circunstancias son las que son y… bla, bla, bla.

¿El interés de estas personas es alegrarte el día? No. Más bien que, con tu pobreza, se lo alegres a ellos.

¿Cuál es su interés? Vender ideas para simplificar el problema de raíz, dejando en el olvido los aspectos ideológicos y estructurales que originan la precaria situación en la que vives.

¿Cómo lo hacen? En esto podemos tener desde teorías adornadas con unos bonitos gráficos y unas estadísticas para que te lo comas todo todito todo, hasta la típica frase decorada con colorines que luego usamos para dar los buenos días en las redes sociales. Te lo venden como un parque temático donde si no eres feliz la culpa no son tus circunstancias, sino que eres tú, que te pasas el día de queja en queja y en depresión.

¿Y por qué venden esas ideas? Porque en momentos de mayor desigualdad y pobreza, en un contexto capitalista que fomenta los recortes salariales, laborales, sanitarios o educativos hay que incidir en reflexiones, frases e ideas que disfracen la realidad. Venden ideas bonitas para que las compres, para que te las creas, para que las asumas, para que cuando las leas y te vayas a dormir pienses: “mejor me quedo como estoy”. Y, por otro lado, nada es más efectivo que repetir una mentira, hasta que la acabas aceptando como verdad.

¿Qué es lo más negativo de esto? Que la realidad queda en segundo plano.

Que son pasajeras y se cuestionan informaciones como que la pobreza acorta la vida más que la obesidad, el alcohol o la hipertensión. Que España se sitúa entre los países de la Unión Europea con más desigualdad. Que las personas más ricas ganan siete veces más que las más pobres. O que España es el país donde más ha aumentado durante la crisis el número de niños que viven en hogares donde nadie trabaja, hasta llegar a los 800.000 menores.

Luego replican que miremos lo felices que son en la India con cuatro cosas. Y te hacen ver las sonrisas de los niños que tiran polvos de colores en un vídeo de Coldplay, o de aquellos otros en África que muestran orgullosos la camiseta del Real Madrid que han conseguido. Como si esas sonrisas o alegrías pasajeras fueran la justificación precisa para tapar las miserias y no poner límites a la pobreza que se crea.

La pobreza no es felicidad. Es tener un nudo en la garganta, llorar, estar triste, vivir con angustia, resignarse, pasar frío, hambre, insomnio y enfermedades con menos esperanzas o con diagnósticos tardíos.

Pobreza es no tener respuestas a tus preguntas, a tus porqués y a tus cómo tiro hacia delante. Pobreza es no tener para comer, tener que dejar de estudiar, no tener para comprar medicamentos, deber facturas y que te corten la luz o el agua, descuidarse, no poder cambiar los cristales de las gafas, no poder arreglarse los dientes o revisar incluso los céntimos cuando compras el papel higiénico.

Pobreza es que tu marido te maltrate y aguantes porque económicamente dependas de él. Pobreza es tener que dejar la cultura de lado porque antes está la barra de pan, por mucho que la cultura te emocionara y sí te diese felicidad. Pobreza es que todos vivamos de productos lowcost pero nos hagan creer que eso es lo más in y cool del momento.

La pobreza va más allá de no llegar a fin de mes. Es buscar entre basura o dormir en el suelo. Es no tener expectativas. Es que las broncas entren de continuo a casa, romper con tu pareja o tu familia, es escuchar frases muy doloras… y es un espacio para pocas caricias, pocos besos y pocos abrazos. Salvo alguno que, cuando llega, sí te vale millones porque no tienes otra cosa a la que agarrarte.

La pobreza es como la tierra seca que no da frutos, quebrada y llena de polvo que morder. Si ser pobre no es tan malo, según estas teorías… ¿por qué todos los ricos no dejan de serlo? Que sustituyan sus barcos por pateras. Sus ropas de marca por otras sin nombre. Sus menú cinco estrellas por la bolsa de la cola de alimentos. Sus ingresos por el subsidio de desempleo. Su casa frente a otra con orden de desahucio… A ver dónde está ahí la felicidad.

En la pobreza los cuentos no tienen un final feliz.

Así que, mejor, vayan con el cuento a los ricos si quieren; pero no traten a los demás como idiotas.

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