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Vocación para ayudar donde más se necesita y menos se tiene

Foto: Consejo General del Trabajo Social

Macame Mesa

Las Palmas de Gran Canaria —

Atención a la infancia; a la familia; a víctimas de violencia de género; a personas con dependencia; a mayores; a jóvenes; en el ámbito educativo y en atención primaria, entre otros. Desarrollar programas de prevención y promoción de la salud; con personas con enfermedades mentales; ahondar en el conocimiento de la sociedad y sus distintas realidades. Trabajar en administraciones públicas, empresas privadas y Organizaciones No Gubernamentales.

El trabajo social abarca un amplio espectro de ramas y especialidades cuyo denominador común es que “hay muchísimas necesidades y los recursos siempre son pocos”, señala el presidente del colegio Oficial de Trabajadores Sociales de Las Palmas, David Muñoz.

Canarias cuenta con cerca de tres mil profesionales colegiados en la provincia oriental y la occidental, que este martes celebran el Día Mundial del Trabajo Social, cuyo lema este año es “promoviendo ciudades y entornos sostenibles”. “Ese es nuestro posicionamiento como colectivo ante una precariedad importante de recursos, con una falta de visión estratégica de gestión de políticas públicas”, apostilla.

La situación aboca a los profesionales a no poder respondes a quienes lo solicitan por la falta de medios. De hecho, Muñoz afirma que desde 2008 algunos servicios canarios se han visto desbordado, de forma que se han creado listas de espera a la que se da respuesta en largos periodos de tiempo. “Lo eficaz es incorporar más recursos económicos y humanos, que permitan avanzar hacia un modelo de gestión de calidad”, concluye.

La crisis, explica, no solo ha generado estragos en la economía familiar, sino que ha generado conflictos en el seno de las mismas y, en otra vertiente, las situaciones de violencia de género se han incrementado “de forma explosiva”. Todo ello, sin menoscabo de la prevalencia del acoso escolar y el alto índice del desempleo, que eleva la tasa de exclusión social y posiciona a las islas a una situación de vulnerabilidad.

Muñoz lamenta que en ámbitos como los servicios sociales o la educación en materia sanitaria son dos de los apartados en los que las necesidades superan con creces a los recursos que aporta la administración pública. Asimismo, insta a empoderar a la comunidad, que muchas veces tiene respuesta a los problemas que surgen en el día a día.

Carmen Déniz: “La incidencia del trabajo de lo social es todavía poco significativa”

Carmen Déniz tiene 46 años y trabaja en un equipo de orientación educativa psicopedagógica de la Consejería de Educación y Universidades del Gobierno de Canarias. Dicho equipo se dedica a detectar situaciones de riesgo y a compensar las desigualdades.

“Mi trabajo es participar con los compañeros orientadores – como logopedas - en una evaluación psicopedagógica con este fin. Conocemos al alumnado que tenga problemática social o psicopedagógica, organizamos el trabajo y hacemos propuestas para compensar las desigualdades o buscar una respuesta educativa más acorde a las necesidades que presenta”, relata.

Recuerda que decidió convertirse en trabajadora social, porque era la forma en que “podía aportar para la situaciones que hay de injusticia, situaciones cercanas a mi, a nivel socio-económico. Creo que el trabajo social es el camino práctico para incidir un poco en esa realidad socioeconómica de desventaja”.

Entre los momentos que recuerda hay más experiencias negativas que positivas, puesto que la incidencia del trabajo de lo social es todavía poco significativa. Al respecto, explica que en la Consejería los trabajadores sociales son inferiores en número a los orientadores. “Hay situaciones que, cuando se detectan, como no llegamos a todos los ámbitos, a lo mejor nos encontramos que son de difícil reconstrucción”, mantiene.

Asimismo, se muestra sorprendida de que en la capital grancanaria se den situaciones de pobreza severa, en las que incluso familias numerosas viven de la solidaridad de los vecinos o de la ayuda que les ofrecen organizaciones como el Banco de Alimentos. “Situaciones que no deberían de existir por el desarrollo social y económico que tenemos, pero que se dan”, puntualiza.

Entre las carencias que detecta en la profesión, señala la necesidad de aumentar la plantilla y contar con más recursos económicos para apoyar a las familias más necesitadas. “Cuando tiramos mano de compañeros de ayuntamientos, porque intentamos trabajar en red, ellos también se encuentran con que no tienen todo lo que se necesita. Nunca es suficiente. Los recursos económicos nunca son suficientes para apoyar a las familias”, sentencia.

Ibrahim Navarro: “Es importante que los trabajadores sociales puedan acceder a la coordinación de equipos”

Ibrahim Navarro tiene 51 años y, tras una larga carrera como trabajador social, ha pasado a dirigir la residencia de mayores San Lorenzo, en Ojos de Garza, por lo que su jornada ha pasado a centrarse en la gestión del centro, que es concertado y cuenta con financiación del Cabildo grancanario.

Navarro siempre supo que quería trabajar ayudando a la gente a través de colectivos sociales y una fijación contra la desigualdad y a favor de los derechos sociales le hizo comenzar desarrollando pequeños proyectos. Tras implicarse en el centro penitenciario Tenerife II y pasar por Cruz Roja, empezó a trabajar en la inserción laboral de personas con discapacidad y, posteriormente, en la vertiente de la salud mental de los mayores.

Éste último colectivo suele estar “invisibilizado” y de hecho, explica que existen muy pocas plazas y recursos a los que las personas se pueden dirigir cuando se encuentran con este tipo de problemas. “Faltarían muchísimos más recursos, porque hay mucha gente que está afectada”, explica.

A su juicio, es importante que los trabajadores sociales puedan acceder a la coordinación de equipos y a la gestión de recursos, ya que en algunas administraciones son profesionales de otros ámbitos los que coordinan esta actividad.

“No creo que sea mejor, creo que sí aporta una pequeña medida, y es que como vienes de la atención directa, llegas mucho más rápido a la coordinación, conectas estupendamente con las familias…es decir, creo que es una tarjeta muy interesante y buena, pero no suele hacerse. El trabajo social está mucho más metido en la atención que en la gestión”, sostiene.

Entre los momentos que recuerda, destaca cuando una persona de salud mental precaria, a la que ha acompañado en su proceso de recuperación, consigue recuperar su vida. “Eso te hace sentir bien y, por lo menos, saber que has elegido una profesión que ha valido la pena”, relata.

Entre las carencias que dice haber notado, destaca el apoyo institucional. “Hay dos estigmas, la de la persona buena que te ayuda y te da prestaciones, o está el otro punto de vista, que es el malo, el que te quita los niños. Creo que la sociedad no conoce realmente el sentido de esta profesión”, lamenta.

Moisés Oliva: “Es una profesión bastante compleja, que cada día te plantea retos diferentes”

Moisés Oliva tiene 32 años y trabaja en Plena Inclusión Canarias, una federación autonómica de atención a personas con discapacidad intelectual o del desarrollo y sus familias. Su función se centra en la coordinación de programas, como el de atención a personas con discapacidad en proceso de envejecimiento o mayores, y otro de exclusión.

Durante la jornada no solo se dedica a la elaboración de programas y búsqueda de financiación, sino que también busca tiempo para la atención directa y para hacer mediación con las familias y acompañamiento para la gestión de recursos.

La búsqueda de financiación, explica, no resulta fácil. Entre los motivos que le impulsaron a ser trabajador social, señala su interés por mejorar la vida de las personas que se encontraban en su entorno “incluyendo la mía, porque en la medida en que el entorno cambia, también nos beneficiamos todos”.

“Fue un deseo de transformación de una realidad que no es justa al 100%”, precisa. La experiencia que ha adquirido con el tiempo, explica, se centra en que “es una profesión bastante compleja, que cada día te plantea retos diferentes, porque trabajamos con personas en contextos que están en constante cambio”.

Oliva cree que el papel del trabajador social se encuentra a medio camino entre “ser mediador y puente entre la realidad actual y la utopía a la que queremos llegar”.

En su opinión, uno de los grandes problemas de la discapacidad intelectual es que “está invisibilizada, incluso dentro de las propias discapacidades”. La imagen de este sector de la población se encuentra, además, “estereotipada, nos vienen siempre a la mente unos rasgos característicos y eso lleva a equivocación”, lo que lleva a una vulneración de derechos, lamenta.

Entre los momentos que pone de relieve, destaca los compartidos con un compañero que tiene discapacidad intelectual con el que ha vivido “momentos impresionantes” a nivel profesional y con quien imparte talleres de sensibilización, como el de la diversidad afectivo sexual.

Respecto a las carencias que detecta, considera que el colectivo debería unirse más para “visibilizarnos” ante la sociedad. “La sociedad tiene una imagen muy parcial y estereotipada de lo que son los profesionales del trabajo social. Se continúan utilizando términos como el de asistente social, se considera que es trabajar con menores, mayores y que solo estamos en aquellos casos de necesidad. Afirmo que el trabajo social va mucho más allá de esa beneficencia de dar de comer, ayudar o criar a niños”, concluye.

Felipe Morales: “El apoyo profesional en lo emocional no se ofrece con frecuencia y calidad a nivel público”

Felipe Morales tiene 47 años, es trabajador social y complementó su formación con la de terapeuta por “vocación y necesidad”. Define su trabajo como un estilo de vida, y durante la jornada desarrolla en su consulta terapias para todo tipo de personas con distintas edades, además de acudir a charlas y actividades paralelas.

Entre los asuntos que trata, se encuentran los problemas de autoestima, la falta de confianza en uno mismo, rupturas de pareja, duelos, conflictos familiares entre padres e hijos y “todo lo que tenga que ver con tristeza, ansiedad o estrés, se sepa o no el motivo”.

Tras una larga carrera como trabajador social, relata como el inicio de la crisis le hizo avanzar hacia el campo de la educación emocional. Cuando pensó que se estaba alejando de su primera profesión, recibió una carta del Colegio Oficial que rezaba que “la terapia hablada es uno de los ámbitos profesionales del trabajo social”.

Uno de los motivos por los que decidió dar el paso y acompañar a las personas en este tipo de procesos, relata, sucedió cuando trabajaba en a Oficina de Atención a las Dogrodependencias del Cabildo de Fuerteventura. “Las personas me daban las gracias por escucharlas, aunque no resolviera las demandas que tenían porque el servicio no era para lo que querían. Ellos fueron los que me dieron la clave para dedicarme a ser terapeuta”, recuerda.

Sin embargo, lamenta que este tipo de apoyo profesional en lo emocional no es apreciado en el ámbito público no se ofrece con frecuencia, ni con calidad por parte de las administraciones. Algo que contrasta, sostiene, con la alta demanda existente.

“La más importante, es que en general las personas tienen muchos más recursos potenciales internos para resolver sus problemas, cuando la ayuda y el apoyo que se le da a nivel emocional y a nivel cognitivo y de confianza es suficiente. Ahí descubro que, hasta el que menos, tiene opciones de avanzar, crecer y resolver sus propios problemas”, manifiesta.

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